Memorias, diarios y crónicas

392 J UAN J OSE ALCON Teníamos, es cierto, todavía un ejercito que, aunque pequeño en número, se había hecho respetable por su valor y disciplina; compuesto de fieles veteranos; habituado en cinco años de campaña a las duras fatigas de la guerra; mil veces coronado de laureles; y mandado por un excelente y acreditado general, podía inspiramos algunas esperanzas; pero este mismo ejército casi en su totalidad, se componía de naturales de las mismas provincias que se hallaban ya en sublevación. Todo está dicho; en tan estrecho lance cualquiera confianza era arriesgada, cualquier recelo fundado; toda medida expuesta, y la más delicada previsión, el genio más militar y fecundo casi inútiles e infructuosos. La pérdida de nuestra pequeña escuadra de Montevideo en 16· de mayo anterior, y la inmediata rendición de aquella fuerte plaza en 23 de junio siguiente, daban aún más peso a estas difíciles cir– cunstancias, y aumentaban el conflicto. El ardor de nuestro ejército no podía menos resentirse de un golpe tan fatal; al paso que era natural que los enemigos, expeditos ya en la Banda Oriental del Río de la Plata, y sin más atención que el Perú, convirtiesen hacia él todas sus fuerzas, y aprovechasen la bella oportunidad que les presentaba la conmoción casi general de nuestras provincias. Así iban las cosas en fines del mismo agosto, y nuestro ejérci– to se hallaba situado en Suipacha, cuando se hizo pública en él la sublevación del Cuzco, y sus rápidos progresos. Formó a su sombra el ingrato coronel Saturnino Castro el atre– vido proyecto de amotinarle y disolverle; pero pagó luego con su cabeza tan enorme atentado, y la tropa y oficiales eternizaron su honor, dando en ocasión tan delicada el más noble y positivo tes– timonio de su fidelidad (1). Rasgo singular y admirable, que exce– dió casi nuestras esperanzas, y suspendió a nuestros enemigos. Adelantaban en tre tanto los de Buenos Aires su vanguardia contra nuestro frente, y los nuevos insurgentes por la espalda, con la espada en una mano, y la tea encendida en otra, abrasaban y destruían cuanto se les ponía por delante. l. El coronel Saturnino Castro era natural de Salta, e intentó sublevar el regimiento del Cuzco para plegarse a la revolución. Reducido a prisión fue con· denado a muerte, ejecutándose la sentencia en Moraya en el mes de octubre de 18 14.

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