Memorias, diarios y crónicas

DIARIO DE LA EXPEDICION DEL MCAL. DE CPO. JUAN RAMIREZ 393 Se hacía pues cada día más urgente en nuestro cuartel general de Suipacha decidirse y tomar un partido, o evacuar las provincias recobradas a costa de mucha sangre y sacrificios; y retirándose en masa con sus guarniciones a las márgenes del Desaguadero, conser– var la comunicación con la capital, y contener la insurrección, espe– rando algo del tiempo; o tomar una posición ventajosa, que cu– briendo aquellas provincias, y siendo capaz de sostenerse con menos fuerzas, nos dejase en estado de disponer algunas, para atender a las interiores. Parecía más prudente el primero; era sin duda más generoso, aunque arriesgado el segundo; decidiose por éste el general en jefe, oyendo a los demás, y quedando resuelta la expedición sobre el centro; un peligro común, el intérprete más seguro del verdadero mérito, reunió todos los votos, y puso a su cabeza al general Ramírez. En su consecuencia ocupó nuestro ejército a Santiago de Cota– gaita; y el regimiento número primero, al mando de su comandante el coronel don Ramón González Bemedo, emprendió desde Tupiza el 17 de setiembre una penosa marcha de 120 leguas por el despo– blado, para reunirse en Oruro, a donde ll(!gÓ el 12 de octubre, con el batallón del general que ya lo esperaba allí, procedente de Potosí. Estos dos cuerpos de infantería, con 687 plazas el primero en dos batallones, y 312 el segundo en uno; 6 piezas de a cuatro, y un piquete de 40 caballos, componían toda la fuerza del nuevo ejército, que podemos llamar del centro, y de cuyas operaciones estaba pendiente la suerte de la América del Sur. El 15 siguiente entró el general Ramírez en la misma villa de Oruro, habiendo hecho su marcha, no sin grave incomodidad con una fiebre intermitente que le atormentaba desde el campamento de Cobos. Inmediatamente pasó revista, reconoció el estado de las armas y parque, y tomó medidas eficaces para el socorro de la tro– pa, que se hallaba sin más caja militar, más repuesto ni recursos, que la punta de sus bayonetas. La del cuartel general, las principales de Potosí, y las particula– res de Oruro; todas estaban igualmente exhaustas, y la necesidad no daba tregua. Era forzoso recurrir a arbitrios extraordinarios; pero importaba también considerar los pocos pueblos fieles que nos que– daban, y conservar algunos amigos. Abrióse un empréstito en el vecindario de Oruro; empeñó el jefe su palabra de honor para el reintegro; apuró por su parte el ministerio de real hacienda; y en breve se proporcionó el numerario

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