Memorias, diarios y crónicas

394 JUAN JOSE ALCON preciso para salir del paso; con esto, y arreglado lo demás necesario para la expedición pasó sin tardanza el batallón del general, al man– do de su comandante don Juan de Dios Saravia, con dos piezas, a situarse en Sicasica; y en vista de su primer parte se dirigió luego a reunírsele el segundo del primer regimiento, con su teniente coronel don Julián de la Llave. En este estado se recibieron en Oruro avisos reservados y con– fidenciales de La Paz, con noticias del anárquico estado en que se hallaba aquella ciudad; atentados no interrumpidos de su plebe, y disposiciones de los enemigos. Conviene sentar que, habiendo levantado el Cuzco la voz de la insurrección, depuesto las autoridades legítimas, y establecido un gobierno popular, seduciendo y ganando antes la mayor parte de la · misma tropa que la guarnecía; se halló desde el primer día con un pie de fuerza y armas respetable, y en estado de intentar, como lo hizo al instante, la reunión y trastorno de las provincias confinan– tes, tan destituidas de guarniciones que las contuviesen, como incli– nadas a seguir sus huellas, unas a cara descubierta, y otras con algún pretexto y oportunidad. Con este objeto, y con el perfecto conocimiento del terreno que pisaban, formaron inmediatamente los cuzqueños tres expedicio– nes: una al mando de los caudillos Mendoza y Béjar sobre Huaman– ga; otra al del brigadier Pumacahua y Vicente Angulo sobre Are– quipa; y la tercera al de Pinelo, y el apóstata cura Muñecas sobre Puno, el Desaguadero y La Paz; de esta última hablaremos ahora, y en su lugar de aquéllas. Antes de mediados de agosto salieron del Cuzco estos caudi– llos, y reforzados considerablemente en su marcha con la mucha gente que se les reunía, unos por la seducción, y los más con la esperanza y codicia del saco; entraron tranquila y pacíficamente el 29 del mismo en la capital de Puno que mantenía con ellos sus inteligencias, y los esperaba muy de antemano. No considerándose seguro en ella, ni con fuerza para resistirles, su gobernador don Manuel Químper, se había retirado con anticipa– ción a Arequipa, dejando el mando de la provincia a los alcaldes. Tramose o figurose con la gente del país que había acuartelada, y alguna plebe, una especie de alboroto en la noche del 25, y de sus resultados evacuaron la población en la madrugada del siguiente el asesor, los ministros de real hacienda, el administrador de rentas, y otros empleados y familias honradas.

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