Memorias, diarios y crónicas

400 J UAN JOSE ALCON ella al señor general en jefe, y a los gobiernos y autoridades de la carrera, y también de la costa, para mantener a los pueblos en el respeto debido a las armas del Rey, y , convencerles de los débiles aunque demasiado funestos esfuerzos de los revolucionarios; y ha– biéndose aseado la tropa conforme a su situación, entró el ejército en La Paz formando en columna a las nueve. Salieron varios vecinos y eclesiásticos honrados a recibirle, y no se dejaban de advertir también algunos semblantes en la comiti– va, entre los que andaba dudoso el temor con el respeto. Había en las calles quien prorrumpiese en vivas y aclamaciones por el Rey y el General ; y no faltaba quien repitiese estos saludos desde las ventanas y balcones. En este orden se llegó hasta la Plaza Mayor, y formando un cuadro ; conociendo el general la altivez y desenfreno de aquella ple– be, y la ninguna consideración que merecía por sus horrorosos excesos, dio la orden de que ningún individuo del ejército saliese del cuartel sin sable o bayoneta, y en caso de ser insultado contu– viese por sí mismo a cualquier atrevido sin distinción. Providencia a primera vista un poco severa, pero en realidad muy necesaria en aquellas circunstancias. Entre los prisioneros se habían hecho varios naturales de la misma Paz; y de ellos fueron sobre la marcha sorteados y pasados por las armas cinco. Convenía seguir los pasos a los rebeldes y no dejarlos respirar; pero era aún más urgente restablecer el orden, colectar algunos fon– dos, y dar vitalidad y movimiento a aquel exánime y paralizado cuerpo civil. Había perecido lo mejor de su vecindario; estaba el resto, parte receloso, y parte amedrentado; vacías las cajas públicas; disuelto su ayuntamiento; la plebe dispersa impune y confundida en su misma oscuridad; y todo ofrecía dudas, cuidados y dificultades. Dispuso el General que el Comandante Saravia saliese el 5 con el primer objeto al pueblo de Laja a seis leguas de distancia, y esperase allí sus órdenes, y se dedicó a expedir sin perder tiempo las demás que llamaban su atención . Instaba el nombramiento de un gobernador de confianza, celo– so y activo, que fuese capaz de mantener la ciudad y provincia en sosiego, sacando recursos de ella misma, por la muy corta guarni– ción que debía quedar. Con este concepto encargó el mando al te– niente coronel del ejército don José Landavere, sujeto de probidad y de honor acreditado; y con su acuerdo se organizó el Ayunta-

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