Memorias, diarios y crónicas

J)JARIO DE LA EXPEDICION DEL J\CCAI.. DE CPO. JUAN RAJ\llREZ ·405 tar la gran guardia, cuando se descubrió un parlamentario de Jos rebeldes, que puso en sus manos un pliego de aquéllos, reducido a proponerle la rendición del ejército, figurando que ya la capital de Lima, y todas las provincias del Virreinato se habían decidido por la revolución, con otras especies y mentiras abultadas; las mismas que habían hecho publicar por bando en Arequipa y el Cuzco, como lo comprueban los ejemplares que van a continuación de este diario con los números 1 y 2. El General le recibió y leyó el pliego con mucha serenidad y templanza; y con la misma Je mandó retirar, diciéndole que queda· ba impuesto, y que no tardaría en despachar su contestación, que no era otra que la de atacarlos por la mañana. Aunque el parlamentario era un oficial del Rey que servía entre los rebeldes, no pareció conveniente detenerlo ni castigarlo, por no comprometer más con este paso las personas del señor Picoaga, y demás jefes que ellos tenían en su poder. Divulgóse en todo el campo la noticia de la inmediación de los enemigos, y probabilidad de un próximo ataque; y el regimiento número 1 queriendo dar al General una nueva prueba de su deci– sión por la causa del Rey, y de sus generosos sentimientos, se reu· nió en pelotón con sus jefes a la cabeza, y acompañado de su mú– sica y tambores, se presentó en la tienda del General, protestándole una y mil veces su impaciente deseo de batirse, y su resolución de sacrificarse hasta lo último en su defensa y la de su soberano. Repitió esta escena el Batallón del General, y siendo ambas ab– solutamente voluntarias, y nacidas de su exaltada adhesión al jefe, se llenó éste de un tierno placer, y de la más grande confianza, asegurándoles con la misma que al día siguiente tendría el gusto de presentarlos al enemigo, y aumentar sus laureles. Amaneció el 6 todo el campo cubierto de nieve; pero como hervía el fuego en el pecho de los soldados, todos estuvieron pron– tos, y muy temprano se rompió la marcha sobre Apo con aquel orden, prevención y vigilancia, que observaba siempre nuestro pe– queño ejército; a cuya constante y exacta disciplina se debía siem– pre la mayor parte de sus buenos sucesos. Al paso que nos íbamos aproximando presentó una de nuestras partidas de descubierta a un arriero que había servido entre los ene– migos, y declaró que recelando éstos ser atacados, habían trasladado su campo en la noche anterior a Chilligua, dos leguas más atrás; y que no contemplándose aún seguros, habían tomado al amanecer Ja

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