Memorias, diarios y crónicas

416 JUAN JOSE ALCON das considerables, se destacó por nosotros una compañía de fusile– ros; con lo que dejaron libre el campo, y pudo el ejército pasar el río sin peligro, aunque con alguna detención, por llevar bastante agua, y tener un fondo cenagoso. Luego que lo verificamos, y doblamos otra gran loma que te– níamos al frente, descubrimos el caudaloso río de Cupi, y en la banda opuesta la innumerable multitud de los rebeldes, que calcu– lando como prácticos, que ibamos a recalar allí, se habían adelan– tado; y quisieron hacer alarde, y sorprendernos con todas sus fuer– zas reunidas. Estaban situados en una gran llanura en la orilla del expresado río, apoyados por las serranías inmediatas, y formando una línea dilatadísima, en que según las declaraciones de los prisioneros, y singularmente de su auditor de guerra, tendrían sobre 30,000 hom– bres; entre ellos 800 de fusil y los demás de a pie y de a caballo con hondas, macanas, lanzas y algunas pistolas y sables. A su frente habían colocado sobre 40 piezas de diversos cali– bres, y no les faltaban muy buenos artilleros que las sirviesen, de los mismos desertores que habían sido disciplinados desde el princi– pio de la guerra en nuestro ejército del Perú; circunstancia que con– curría también en su infantería de fusil, componiéndose toda ella de oficiales y soldados de esta clase, y de los muchos licenciados y dispersos que abrigaban las provincias del Cuzco y Puno, y se ha– bían declarado por la revolución. Tan extraordinaria muchedumbre y aparato, comparado con nuestro pequeño ejército, que no llegaba a 1,300 plazas con 6 pie– zas de campaña, era para imponer algo más que respeto a la tropa; y especialmente, considerando la desigualdad del combate por todas sus circunstancias. Si los nuestros tenían en él un azar, no les que– daba apoyo alguno, ni esperanza de socorro, ni punto a donde reti– rarse, ni en una palabra, más palmo seguro de terreno que el que pisaban; por el contrario los rebeldes, aun cuando sufriesen alguna desgracia, tenían otros recursos, y podían contar con la adhesión y voluntad de los pueblos, a lo menos para salvarse. El General hizo estas mismas reflexiones a la tropa, para exci– tar más su denuedo, y penetrarla de la importancia de la acción, y de la necesidad de hacer el último esfuerzo; y era tal el amor que ella profesaba a su general, y tan grande la confianza que éste ha– bía sabido inspirar a sus soldados, que no hubo quien no clamase por ir cuanto antes al enemigo; y muchos que con otro jefe apenas

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