Memorias, diarios y crónicas

418 JUAN JOSE ALCON atención, y exhortando brevemente a la tropa, encargándola procu– rase preservar del agua a los fusiles y cartucheras, a la voz de viva el Rey, formó en columna sobre su derecha, y poniéndose a la ca– beza se dirigió intrépidamente sobre el río, abriéndose paso por me– dio de su impetuosa corriente y del continuado fuego de los enemigos. Siguió la columna con igual denuedo los pasos de su general, y desnudándose apresuradamente en la orilla, con el agua hasta el pecho, los fusiles y cartucheras sobre los hombros, despreciando las balas de los rebeldes, y sin oir los últimos lamentos de los infelices que perecían ahogados, creciendo con los mismos obstáculos y ries– go su valor, se trasladó a la banda opuesta, y comenzó a desfilar con tanta serenidad, como rapidez para formarse en batalla y mar– char al enemigo, que ya venía sobre nosotros. Hecho arrojado y extraordinario que pasó a nuestra vista, y que decidiendo de la acción y del destino del Perú, eternizará la memoria del General Ramírez y de sus valientes soldados. Seguimos aproximándonos sufriendo su fuego hasta una distan– cia proporcionada, y desplegamos sobre ellos de repente con uno tan violento, y con paso tan firme y denodado, que apenas pudo sostenerse un cuarto de hora, y volviendo vergonzosamente la espal– da, llevaron el terror y la confusión a las líneas inmediatas. Desde este momento todo fue desorden entre los enemigos: perdieron la mayor parte de su artillería; eran batidos en todos los puntos; y ellos mismos no se entendían, siendo ya su multitud más bien embarazosa que temible. Mandó el General a su edecán el teniente coronel don Manuel Ponferrada que con la poca caballería y algunos oficiales bien mon– tados persiguiese su alcance; y quedando cortados grupos enteros, eran pasados por la punta de las bayonetas de nuestra línea, que seguía con celeridad. Sin embargo, habiéndose llegado a reunir en las alturas inme– diatas un número considerable con algunas piezas y fusiles, comen– zaron a renovar el fuego, e indicaban quererse defender. El General entonces hizo un pequeño alto, y avivando de nue– vo el ardor de la tropa, la animó a concluir, y completar su glorio– sa victoria. Avanzó ésta con un fuego a discreción, y a la bayoneta, y posesionándose de las cumbres, quedó enteramente derrotado y disperso el enemigo, corriendo igual suerte los que habían atacado nuestra izquierda.

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