Memorias, diarios y crónicas

DI \RIO DE LA EXPFDICION DEL MC.\L. DE CPO. JUAN RAMIREZ 419 Entre tanto que esto pasaba en el campo de batalla, habían los rebeldes intentado sorprender nuestro campamento con un grueso de caballería, que al efecto tenían emboscado en las serranías de Umachiri; pero la escolta que le custodiaba con la demás gente que allí había, se puso en defensa, y habiendo hecho algunos tiros acer– tados con dos piezas que colocaron en lo más alto, lograron recha– zarlos, y aun se atrevieron a perseguirlos. Sobre mil cadáveres tendidos en el campo, 37 piezas de artille– ría, considerable número de fusiles, y mucho mayor aún de las otras armas, con todos sus pertrechos, campamento y una porción de prisioneros, fueron el resultado de esta importantísima acción, en la que quedó humillada para mucho tiempo, sí no para siempre, la altivez y arrogancia de los insurgentes; abatidas las esperanzas y opinión de sus secuaces; y convencidos los pueblos de que la verda– dera fuerza de un estado consiste más bien en el talento y valor de un general, y en la subordinación y disciplina de la tropa, que en la alborotada y fogosa multitud, tan temible cuando se la teme, como despreciable cuando se la desprecia. Tuvimos solamente siete muertos y seis ahogados en el paso del río, con muy pocos heridos; circunstancia por cierto no menos admirable que las demás que concurrieron en está feliz jornada, y que podría comprometer la verdad, si no hubiese pasado a vista de tantos, y si la historia no nos ofreciese infinitos ejemplares, en que un pequeño número de valientes, mandados por un capitán experi– mentado y S('reno, ha triunfado de una multitud muy superior, haciendo en ella estragos indecibles, sin recibir casi una herida. La victoria que Fabio Máximo consiguió sobre los alóbrogues fue tan completa que con sólo la pérdida de 15 hombres quedaron tendidos ciento veinte mil franceses, y otros ochenta mil hechos prisioneros, o sumergidos en el Ródano; y Lúculo, con sólo cinco muertos y cien heridos, destruyó todo el ejército de Tigranes, y pa– só por la punta de la espada casi toda su caballería. Mariana asegu– ra, conforme a todas las crónicas, que en la batalla que dieron los tres reyes de Castilla, Aragón y Navarra a los moros, quedaron so– bre 200,000 de éstos mordiendo el polvo, y sólo 25 cristianos muertos; y no acabaríamos jamás, si hubiésemos de referir todos los hechos de igual clase en comprobación de uno que no necesita más prueba que su reciente notoriedad. Creyó el General que debían ser tratados con todo el rigor de la justicia algunos de los prisioneros que se habían hecho, y que

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