Memorias, diarios y crónicas

422 JUAN JOSE ALCON presentó el General en el pueblo, cuando a una voz pidieron justicia contra aquel monstruo. Sustanciósele sumariamente el proceso, y se le decapitó el 17 en la plaza pública, pasando su cabeza al Cuzco, y su brazo derecho a Arequipa. Así acabó el desconocido Pumaca– hua, indio humilde de origen, y exaltado por el Rey hasta el grado de Brigadier; el primero entre los caudillos de la revolución del Cuz– co, y el único que por su antigua consideración y ascendiente entre los de su casta, había dado más que temer y recelar. Desde este pueblo despachó también el General a todos los de– más de los altos y quebrada de Tinta y Quispicanchi sus proclamas, excitando a sus habitantes a restablecer el orden, y continuar con sosiego en sus hogares; seguros de que las armas del Rey sólo se dirigían contra los rebeldes y obstinados que habían alterado la pú-_ blica tranquilidad. Seguimos marchando el 18, 19 y 20, y entramos el 21 en Quiquijana, saliendo la mayor parte de los naturales a reci– bir el ejército del Rey, y ofrecerse en su servicio, ponderando las extorsiones y violencias que habían sufrido de los insurgentes; y ad– virtiéndose en los más la sinceridad y buena fe de sus ofrecimientos. Aquí recibió el General varias cartas fidedignas que aseguraban el admirable efecto que sus insinuaciones, y más que todo la com– pleta derrota de Umachiri habían producido generalmente en los ánimos. Casi todos los pueblos se habían declarado por nosotros, y entre ellos el mismo Cuzco había levantado la voz del Rey en la noche del 19; y los caudillos y sus secuaces eran perseguidos en todas partes. En vista de tan buenas noticias, que confirmaron algunos suje– tos que se adelantaron a felicitar al General, se resolvió a continuar directamente hasta la capital, en la que entrarnos el 25 entre mu– chos arcos triunfales, precedidos de las corporaciones, y rodeados de un numeroso pueblo. No es fácil bosquejar el cuadro que presentaba el Cuzco en este señalado día. En medio de las insignificantes exterioridades, y bullicioso aparato de la inconstante y ligera multitud, se dejaba per– cibir bien claro en los semblantes el contraste interior que agitaba los ánimos. Luchaban todavía algunos con el despecho, sin poder avenirse a recibir un desengaño que tocaban ya con las manos, y daba en tierra con todas sus esperanzas; temían los unos haber re– conocido tarde el precipicio a que los arrastrara su necia y criminal adhesión a las quiméricas ideas de una figurada independencia; rece– laban otros no haberlas resistido con la firmeza y decisión que de-

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