Memorias, diarios y crónicas

456 l\IANUEL P,\RDO Y RIVAOENEIRA la suma vigilancia del gobierno no dejaba sazonar ningún plan des– tructor, pudiendo lisonjearse de eso el Virrey del Perú don J osé Fernando Abascal, sin que por ello deban darse por ofendidos los muchos vecinos honrados que alimenta en su seno la ilustre capital de Lima, pues a ellos mismos les consta que era mucho mayor el número de los enemigos del Estado, y que sólo al celo y previsión de Abascal son deudores del orden que han disfrutado interín que aquellos puntos a donde no podían alcanzar la actividad y las armas de este jefe, se hallaban sumergidos en la confusión y el trastorno. Todos los que hayan vivido algún tiempo en las Américas habrán advertido el odio que en general abrigaban en su corazón los criollos españoles contra los europeos y su gobierno, disminu– yéndose mucho entre los negros e indios, pues se puede decir con · verdad que estos más aborrecen a aquéllos, sin que se oponga a esta aserción el auxilio que una y otra casta les ha prestado en estas turbaciones, pues la impunidad con que corría el robo, el saqueo, el asesinato y toda especie de desorden los hacía acomodar– se a sus ideas, y alistarse gustosos en sus banderas. Nunca han podido mirar con ojo sereno las riquezas que a fuerza de un continuo trabajo, y de un orden inalterable en su con– ducta, de que ellos no eran capaces, adquirían los europeos, y lo mismo los primeros empleos que éstos obtenían, reputándolo todo por un robo que a ellos se les hacía; pero no por eso se resolvían a contraerse a un trabajo de que les alejaba su educación, ni a la aplicación necesaria para adquirir las ciencias y virtudes que los hiciesen dignos de los cargos que con tanta emulación veían en los europeos; ésta no era trascendental, como llevo dicho a las castas de indios y negros; porque la grosera ignorancia y servil abatimiento de una y otra, no les permitían elevar sus deseos hasta el grado de pensar en que podrían conseguir, ni las riquezas, ni las dignidades. El ej emplo de los Anglo Americanos sosten ía sus esperanzas pero las circunstancias los ponían a una gran distancia de las en que se han hallado aquéllos en la época de su revolución: se persuadieron de que se acercaban por la idea gigantesca que tenían formada del poder colosal de la Francia, cuando vieron la lucha en que ésta había comprometido a la España, cuyo resultado comprendieron que no podía dejar de ser su subyugación: repu taban como imposi– ble el que pudiese enviar acá ningunos auxilios con que contrariar sus ideas y aun en sus sueños políticos, los esperaban de la Francia

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