Memorias, diarios y crónicas

472 MANUEL PARDO Y RIVADENEIRA La providencia de precaución se debe tomar a las siete de la noche sin excusa alguna, con respecto a que para el efecto indicado la persona sagrada me ha asegurado haber dispuesto un entierro de una criatura supuesta que traerán por el callejón de la Compañía que llaman de Selenque, y en lugar de repiques así que exhale de dicho callejón se tocarán entredichos en las torres de la Compañía y Catedral, para que la plebe se junte, y confundan los soldados de la guardia e ínter entrar con los convidados, que todos, o los más se hallarán con los convocados en la casa del Selenque; la cosa es cierta, y dirijo estos papeles a vuesa merced porque infiero me hallo ya con centinelas de vista; la cosa se debe hacer a las siete de la noche no diga vuesa merced mi nombre que yo me defenderé con arte. No obstante haberse tomado las correspondientes providenciai a mento de mi indicada denuncia que fue a las tres de la tarde, se asomó a eso de las siete de la noche por la calle de la Merced entrando ya la tropa formada en el recinto de esta plaza mayor, un grupo considerable de gentes a pedradas intentando con voces alta– neras el que la tropa se retirase, la cual desde que supo este mi aviso tan oportuno por medio del Jefe que lo comunicó, estaba ya en movimiento desde las cinco de la tarde de aquel día. Al día siguiente de todos estos funestos acontecimientos fui enteramente descubierto ante el señor Presidente de haber sido yo el denunciante por medio del señor Ministro Contador de Real Hacienda don Francisco Basadre, a quien dirigí los papeles de mi denuncia, con el objeto de que la hiciese al Gobierno . En el mismo se me tomaron las declaraciones; y en su noche después de que los Angulo supieron mi deposición por revelación del Escribano Bece– rra, ante quien la hice, y que era el que los favorecía (según me informó Angulo el José) pasé asociado del comandante Eulate y un piquete de soldados a la casa del predicho José, y lo prendí entre– gándolo por conclusión en este Real cuartel; y aunque en su confe– sión encubría tenazmente la negra maldad de que se hallaba cubier– to, no obstante su resistencia fue rebatido por los poderes y patéti– cas razones con que lo convencí en el careo, y que posteriormente con el hecho de la revolución se confirmó mi referida denuncia, por la cual fue aprendido, puesto preso en el calabozo de Paniagua sentenciado a muerte de horca por los insurgentes [ ? ], y entregado ya a manos de un confesor (diligencia igual que se practicó con los señores Magistrados, y demás personas particulares), de todo lo que

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