Memorias, diarios y crónicas

OPERACIONES DE I.A MARINA ARGENTINA 495 Hercules su gallardetón de comandante en jefe y propietario de la expedición, conforme a lo estipulado en el contrato. Después de franquear el cabo de Hornos, soportando los tem– porales reinantes en esos parajes, y de llegar a Ja extrema latitud de 65º, donde la mar se les volvió muy llana con horizonte claro y sereno, sin hielos, indicios todos de no estar muy lejos de tierra, el bergantín Trinidad sufrió una avería en el tajamar, que se le des– prendió de la roda; la inseguridad de los estays puso en inminente peligro al bauprés y a los palos, y obligó a cambiar rumbo y gober– nar sobre el estrecho de Magallanes, donde las averías podrían ser reparadas, por más que la pérdida de tiempo consiguiente consti– tuyera un serio percance. Mientras ambos buques se aproximaban a la costa, el viento, que soplaba directamente sobre ella, arreció hasta degenerar en tem– pestad con lluvia y niebla espesa. La situación se volvió muy alar– mante, pues la inseguridad del bauprés y mástiles del bergantín le impedían maniobrar, obligándolo a correr en popa al azar. Tuvieron Ja relativa suerte de llegar a Westminster Hall, isla empinada a la entrada del estrecho, a cuyo sotavento la Hércules largó el ancla en veinte brazas; pero, siendo la costa muy acantilada, el ancla garró con cien brazas de cadena, sin hacer cabeza. El bergantín, observan– do la situación de la Hércules, se abstuvo de anclar y siguió su marcha, con lo que los buques se separaron. Se largaron y cazaron las gavias, que se habían aferrado con todos los rizos (pues resultaba imposible cobrar el ancla); y entre la creciente oscuridad y el temporal de niebla y n ieve, el buque cargó valientemente con el ancla a Ja espalda -por así decirlo- y, bra– ceando en viento o en facha alternativamente, entre islas, arrecifes y rocas que surgían a la lívida luz de los relámpagos, logró sortear– los durante toda la noche y escapó milagrosamente al peligro. Al día siguiente, como amainara el temporal, se hizo otra tentativa para detener el barco soltando otra ancla. El resultado fue perder ambas anclas y cadenas, pues hubo que largarlas por ojo al seguir garrando el buque, y dar vela para zafar un arrecife que apareció a sotavento, en el cual el agua rompía hasta la altura de las cofas. Este peligro fue evitado felizmente, pero contra viento y mar resul– taba· imposible maniobrar en busca de agua libre. Por suerte, se des– cubrió finalmente una bahía, hacia la cual se dirigió la l/ércules con ayuda de algún paño; y no teniendo ancla lista para fondear, se fue sobre un arrecife, donde se estuvo golpeando malamente hasta que

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