Memorias, diarios y crónicas

496 CUILLERl\!O BROWN se pudo amarrar cabos a los árboles de barlovento y por su medio zafar al buque, no sin p érdida de parte del tajamar y haciendo mucha agua. Se le llevó en seguida dentro de un dique formado por la naturaleza, en el que quedó como amarrado -a un muelle. En esta mala situación se procedió inmediatamente a desembarcar caño– nes y provisiones para cegar en lo posible la vía de agua, lo que sin embargo no pudo hacerse eficazmente sin dar la quilla. Los sudamericanos que componían la mitad de la tripulación, ignorantes del mar, habían quedado tan aterrorizados por los recien– tes peligros que resultó difícil impedirles dejar el buque e irse a tierra; con todo , cuatro de ellos desertaron. Después de siete días de estada en este lugar, la Hércules quedó arreglada tolerablemente, exceptuando vías de agua, y zarpó; previamente se dispararon dos cañonazos, con bandera de salida izada, para avisar a los desertores que el buque estaba por partir; como los desertores no se dejaran ver, el comodoro ordenó, por humanidad, que se dejaran en la cos– ta algunas provisiones y o tras necesidades para uso de aquellos des– graciados por si regresaban al sitio . Hacia la medianía del estrecho se avistó una vela que pronto se reconoció (por señal) ser la Trinidad, que habiendo reparado sus averías en el puerto de la Tierra del Fuego estaba cruzando en bus– ca de la Hércules, aunque con pocas esperanzas de encontrarla. Dos días después, ambos buques salieron del estrecho; se vol– vieron a separar a causa del mal tiempo, y llegaron casi al mismo tiempo a la isla de la Mocha, punto de reunión donde también se les incorporó el corsario Halcón , al mando del capitán Bou chard, quien tenía instrucciones del director de Buenos Aires para ponerse a las órdenes del comodoro Brown. El bravo y malhadado Russell había zarpado también de Montevideo con objeto de reunirse con la expedic ión, pero nunca se supo más de él, suponiéndose que se perdió a la altura del Cabo. Después de embarcar agua y algunos chan chos salvajes, inicia– ron su crucero partiendo de esta isla; mientras el Trinidad y el Hal– cón se mantenían cerca de la costa, la Hércules se dirigió a la isla de Juan Fernández con el fin de rescatar a los chilenos allí deste– rrados; pero cuando el buque estaba cerca de la isla comenzó a soplar un viento duro, poco común en esos mares, y le rindió el bauprés, obligándole a correr en popa hasta asegurarlo, y a gobernar en demanda de Lima, donde se le reunieron los otros buques e hicieron muchas presas.

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