Memorias, diarios y crónicas

OPFR.\CIONES DE l.A UARINA ARGENTINA 499 te que hiciera lo mismo. Brown consiguió llegar a bordo, pero la tropa española continuaba ti rando, y su pobre compañero, un tal Nelson, fue muerto. En ese momento los españoles abordaban a l buque por la amura de estribor y la escena que siguió fue horrible más allá de toda descripción. Los desgraciados que yacían heridos e inermes en cubierta fueron ultimados inhumanamente por aquellos bárbaros, apuñalados o degollados según se lo sugería el enfureci– miento . Indignado por esta escena, Brown empuñó un machete, y llevando una mecha encendida se abrió camino a la santabárbara pidiendo al capitán de su presa, la Consecuencia, que estaba en su camarote, informara a los jefes españoles de tierra que haría volar inmediatamente al buque con toda la gente a su bo rdo si no po– nían término inmediato a la carnicería y trataban a los pocos so– brevivientes corno a prisioneros de guerra. Esta amenaza surtió e fecto. El capitán Cevallos, después de ver la mecha colocada en la santabárbara, bajó urgentemente a tierra con el mensaje. A los pocos minutos el gobernador envió a bordo a dos oficia– les y dos comerciantes que hablaban inglés, quienes informaron al veterano comodoro que su pedido quedaba acordado y que el go– bernador comprometía su ho nor por la seguridad de él y de lo que quedaba de oficiales y tripulación. Y haciendo justicia a dicho se– ñor (capitán de navío don Pascual Riveira [? ]} cabe consignar que observó honorablemente su compromiso . Brown y los pocos sobrevi– vientes se ha bían salvado, con esta audaz estratagema, de perecer a manos del enemigo; pero estuvieron a punto de perder la vida casi enseguida por accidente, pues los españoles se dedicaron a saquear el barco, y después de servirse libremente de todo lo que les agradó en el camarote, se pusieron a fumar cigarros en tre la pólvora despa– rramada, corno si hubieran estado en tierra, y dos colillas encendi– das fueron tiradas por la escotilla de la santabárbara, cayendo sobre bolsas de cartuchos vacías que a su vez estaban sobre unos barriles de pólvora. En unos momentos se habrían incendiado aquéllas, y sólo el Omnipotente hubiera podido entonces impedir que la confla– gración se comunicara a la pólvora, a no ocurrir que llegara en ese instante a nado un hombre y se arrojara de inmediato, con su ropa mojada, sobre el fuego en progreso, extinguiéndolo. Habiendo perdido toda la ropa en el saqu eo, el comodoro Brown se vio obligado para ir a tierra a envolverse nada menos que en el pabellón patriota que encontró en cubierta. Desde la playa,

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