Memorias, diarios y crónicas

500 CUILLERMO BROWN donde se habían congregado el gobernador y una inmensa muche– dumbre para ver al hombre que tan sólo una hora antes los había hecho temblar, fue conducido a la guardia por algunos oficiales de confianza y principales habitantes de la ciudad. Inmediatamente se le remitieron ropas, y el gobernador le invitó a comer. La calma que desplegó ante tal revés de fortuna, le mereció el respeto de todos los que se hallaban allí reunidos, así como la temeraria intre– pidez que demostrara muy poco antes, había excitado su admira– ció n, sobre todo la del gobernador y del obispo, quienes lo cumpli– mentaron de la manera más honrosa. Tan pronto como la pérdida del Trinidad se supo en la escua– drilla que estaba todavía en La Puna, la Hércules, que había queda– do al mando del capitán Miguel Brown, y el Halcón zarparon y procedieron a remontar el río, resueltos a destruir la ciudad, si su jefe y compañeros de armas no eran tratados como prisioneros de guerra. Antes de que ellos estuvieran a la vista, el gobernador des– pachó u n parlamento proponiendo canje de prisioneros, con tal de que retrocedieran a determinado punto. Esta propuesta se debió evidentemente al temor de que se alzaran los criollos, y la negociació n terminó en un intercambio de prisioneros a satisfacción de ambas partes. Terminada esta negocia– ción se inició un activo cambio comercial; fue tal la confianza de los habitantes en la pequeña escuadrilla patriota, que se enviaron a bordo muchos miles de pesos para compra de mercaderías, y el agen te de la presa Gobernadora (cargada de trigo) llegó con 22,000 para el rescate de buque y carga, lo que se aceptó por estar el cas– co muy averiado . Era opinión del como doro Brown que sólo la influencia del obispo sobre los habitantes fue capaz de impedir entonces un levantamiento en Guayaquil, pues el pueblo al conver– sar con los prisioneros se dio cuenta de la naturaleza de la revolu– ción y del objeto de la expedición y deploró sobremanera haber cooperado en la defensa de la ciudad. Listo todo en Guayaquil, desembarcados los prisioneros, entre quienes había muchos pasajeros de nota, con altos sueldos civiles o militares y con valiosos equipajes; entregadas las presas, que eran de muy poco o ningún valor para los captores, a excepción de la men– cionada goleta-piloto y de la fragata Consecuencia (tomada a la vis– ta del Callao con rico cargamento y con los citados pasajeros de Cádiz), rescatada igualmente la Gobernadora, el 23 d e febrero de 1816 levaron ancla la Hércules, el Halcón y la goleta. Con buen

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