Memorias, diarios y crónicas

508 JUAN ISIDRO QUESADA tos del ejercito nuestro y la compañía de cazadores ya citada, como para transmitirle las señas que ya habían combinado con el capitán Ormida de la compañía de cazadores indicada. A las 12 en punto del día, se rompió el fuego por el ejército real, desprendiendo los dos regimientos de partidarios y cazadores que se vinieron hasta estrecharse con el número 7 que los contuvo, y los restos del batallón de cazadores. El fuego duró por una hora larga, hasta que el número 7, tuvo que emprender su retirada. No sé si fue por órdenes que recibiese de hacerlo, pero lo juzgo así; porque de lo contrario, hubiese recibido refuerzos de los distintos cuerpos del ejército, que se hallaban a la falda del cerro; y tam– bién, porque todas las columnas del nuestro, se pusieron en retirada a la llanu ra. Cuando yo vi que el ejército real llegaba a la falda del cerro, que poco antes se había disputado su ocupación a los enemigos, observé a Ja compañía que Ja mía protegía y viendo que ésta se había retirado y que ninguna seña se me había hecho, mandé el parte a mi capitán, avisándole que los godos ocupaban la falda; que el ejército nuestro se retiraba, y que la compañía de cazadores, se– guía el movimiento de éste; que me ordenase lo que debía hacer. La contestación del capitán fue que me replegase a la compañía, lo que ejecuté en el momento. Luego que me hube incorporado a la compañía, emprendimos nuestra retirada, por entre el monte de arbustos, que cubría este cerro; así fue, que cuando llegamos a Ja llanura, nos encontramos con un batallón realista, denominado Tala– vera. Luego que el capitán los vio, mandó romper el fuego, con tal acierto, que en el momento lo pusimos en una completa fuga. Yo creo, que el jefe que mandaba esta tropa creyó que había alguna emboscada, y nos dejaron el paso franco; pudiendo de este modo salvar de haber muerto toda la compañía, o de ser prisioneros. Así fue que pudimos llegar sin ser molestados a ocupar un monte que estaba situado a tres cuadras a nuestra frente, en donde nos hici– mos firmes, hasta que fuimos avisados por el mayor La Madrid que venía a protegernos, que nos retirásemos, porque los enemigos nos iban a rodear. El capitán Domínguez, luego que tuvo este aviso, emprendió la retirada; y con tal felicidad, que luego que salvamos una zanja que teníamos a nuestra espalda, sen timos una descarga cerrada como de 800 hombres; pero ya estábamos salvos, y sin haber perdido un solo hombre, ni muerto ni herido . Luego que nos incorporamos al

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