Memorias, diarios y crónicas

510 JUAN ISIDRO QUESADA desplegó su línea y se puso en marcha sobre nosotros. El brigadier general Rondeau que vio este movimiento de los enemigos, cambió su frente por un movimiento sobre el flanco derecho, y bajamos de la colina todos los regimientos a tomar nuestra colocación sobre la nueva línea que se nos había marcado. El No. 1 fue el primero que ocupó su puesto, al cual le quedaban más tapias por delante, lo cual hacían su posición casi invencible por tener todo el regimiento medio pecho cubierto de los fuegos del enemigo. El No. 9 desplegó en batalla con toda marcialidad, alineándose por sus guías generales para entrar en línea y rompió sus fuegos por compañías, como lo hacían en sus ejercicios; pero estando ya en el fuego a discreción, se mandó cesar el fuego, lo que se ejecutó con el mayor orden, y en el momento se le mandó dar media vuelta, marchó este cuerpo con el mejor orden y silencio sin inmutarse por el fuego mortífero que nos hacían por la espalda, como unos doscientos pasos: llega– dos a esta distancia, se mandó dar otra media vuelta a la derecha y romper el fuego sobre el enemigo, lo que volvió a ejecutarse con la mayor puntualidad. Los fuegos de esta tropa se hicieron para el regimiento realista que teníamos a nuestro frente, y cuando sus filas iban sintiendo el fuego bien dirigido de nuestros bravos solda– dos, no sé por qué fatalidad, se volvió a mandar nuevamente la me– dia vuelta. Sin embargo, el regimiento cumplió con la orden. Dio media vuelta, y habiendo quedado atrás un soldado de la cuarta que yo mandaba, volví a retaguardia a ver por qué causa se queda– ba éste. Viéndolo herido, volví a ocupar mi puesto, pero en este momento de pasar a colocarme en el puesto que me correspondía, fui herido en el costado izquierdo. Por el momento creí que fuera una pedrada de las muchas piedras que levantaron las balas de la artillería enemiga; bien pronto sentí que me hallaba herido por la debilidad que sentía, a causa de la mucha sangre que derramaba. Como a cien pasos del punto en donde fui herido, el regimiento principió a perder su alineación, a causa de haberse inundado de agua un terreno todo arado que teníamos a nuestra retaguardia cuando principió la acción. Quiénes fueron los que largaron la toma o acequia para inundar este terreno arado, fue para nosotros un enigma que hasta ahora no he podido averiguarlo. Sin embargo, de esta inundación, resultó la total dispersión de mi regimiento, que a pesar de hacer todos los esfuerzos posibles, tanto los jefes como los oficiales y la tropa para la conservación de la alineación, fue mate– rialmente imposible el evitar la completa desorganización del cuer-

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