Memorias, diarios y crónicas

N01 ICIA SOBRE SU VIDA Y SFRVICIOS 5.1 s de Casas-~1atas, en donde perecerá usted y sus compañeros, por la tenacidad de no querer abandonar la causa de la insurrección y des– preciar las ofertas que en nombre del señor general le he hecho a usted y a varios de sus compañeros". Entonces le respondí: que le agradecía mucho al señor general y a él en particular, las ofertas generosas que me acababa de hacer; pero que tuviese la bondad de contestarme, con la franqueza de un caballero, a la pregunta que iba a hacerle, y que según su contestación, yo me determinaría a abrazar la que él me d iese. Después de su respuesta que fue que le hiciese la pregunta que quisiese y que me contestaría con la fran– queza solicitada, le dije: "Si conforme la fortuna les ha sido prós– pera a ustedes, les hubiese sido adversa, y usted hubiese caído pri· sionero como yo lo estoy en la actualidad, le propusiesen a usted abandonar la causa del Rey, para prestar sus servicios a los indepen· dientes, ¿¡a admitiría usted, señor? Sí o no. No me haga usted observación alguna. Contésteme a mi pregunta y no la evada us– ted". Entonces, con un tono orgulloso e imponente, me dijo: "Ja· más admitiría proposición tan degradante como baja". Pues bien, señor; si usted no la puede admitir para sí ¿por qué quiere usted desposeerme de esos mismos sentimientos, tan loables y caballeres– cos? Sí, estos sentimientos serán ahora y siempre, los que me guia– rán en mi vida; bien ·pueden ser prósperos o adversos, seguiré mi fatal destino, pero nunca mancharé mi carrera militar por el primer vaivén que en ella he sufrido. Tal vez, señor, dentro de poco, ten– drán ustedes que batirse nuevamente con los nuestros; ¿y quién sabe cuál será la suerte que a usted y a sus compa11eros les aguar– da? "Está muy bien, me dijo; seguiré la lección que usted me ha dado, si llego a ser tan desgraciado como usted. Pero espero que no se desdeñará en admitir un obsequio de amistad que voy a hacer– le". Me estiró la mano, y me entregó dos onzas de oro. Llamó a un soldado, que sería su asistente, y me hizo traer un cobertor de lana y dos camisas; luego que me entregó todo esto, se despidió de mí de un modo cariñoso. Llegado que fue a su tienda que esta– ba a cincuenta pasos, me mandó pan y un plato de comida. No volví después a ver a este capitán. Creo que lo mandarían en algu· na comisión, así fue, que no pude saber nunca su nombre. Al día siguiente al aclarar, volvimos a emprender nuestra mar– cha por la quebrada que va por la cuesta de Tapacarí. En la mar– cha fusilaron tres soldados nuestros que se habían cansado, tirando nuestros caf10nes.

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