Memorias, diarios y crónicas

516 J UAN ISIDRO QUESADA Esta era la conducta que estos bárbaros observaban con todos nosotros. Después de varios días de marcha llegamos a la falda de la cuesta indicada. En estos días de intermedio, se fusilaron más de treinta soldados nuestros que se cansaban, tanto por lo escabroso del terreno, cuanto por tener que tirar a brazo los cañones, por estos caminos fangosos. Al pie de la indicada cuesta y en el pueblo que lleva este nombre, se dejó toda nuestra artillería, por la imposi– bilidad de poderla hacer subir a brazo de hombre, pues era preciso el desmontarla y hacerla cargar en mulas. No sé por qué casualidad anduvieron tan humanos con nuestr.os pobres soldados. Al día siguiente de nuestra llegada a Tapacarí, emprendimos nuestra marcha y principiamos a subir dicha cuesta. A cada momen– to se oían tiros, que nos anunciaban la muerte de alguno de nue~tros degraciados compañeros de infortunio; y estos mismos, nos ha– cían ver cuál sería nuestro fin, si teníamos la desgracia de cansarnos. Como a la mitad de esta cuesta, hube de ser una de las vícti– mas de este día, pues habiéndome cansado sin poder ya dar un paso, me senté sobre una piedra y el soldado que me custodiaba me intimó que marchara, a lo que le contesté, que me era imposi– ble, que me hallaba cansado. Entonces me dijo, ·"si usted está can– sado, yo le haré andar más pronto este camino''. En el momento se puso a cargar su fusil, y yo esperaba con sangre fría la muerte que me preparaba, pero en el instante en que mi custodia preparaba su arma, llegó el capitán Lira de dragones de San Carlos y preguntó qué hacía sentado, a lo que le contesté, que me hallaba cansado, y esperando que me hiciesen acelerar un camino que ya me era impo– sible el efectuarlo a pie. ¿y quién le va a hacer este viaje? ; "el soldado que usted tiene a su lado", le dije. En el instante se dejó caer de su mula, tiró de su sable, y le pegó tal paliza, que si yo no le suplico por el soldado, creo que era su ánimo el matarlo a palos. Luego que dejó a este desgraciado, se dirigió a mí y me dijo: "monte usted en mi mula y alcance a sus compañeros"; yo me re– sistí por el momento, pero él me ordenó que la montase, y yo en– tonces obedecí y subí hasta la cumbre de dicha cuesta. Luego que estuve arriba, me apeé, y le entregué la mula a dicho capitán Lira, dándole las gracias; pero el se resistió a tomármela, y para obligarlo a que la aceptase, le dije: "señor capitán, cuesta abajo, hasta las piedras ruedan; espero tenga usted la bondad de tomarla y bajar en ella" . Efectivamente la tomó, y me dijo estas terminantes palabras:

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx