Memorias, diarios y crónicas

518 J UAN ISIDRO QUESADA casas, y como no habíamos almorzado nada, despachábamos éstos con la rapidez del rayo. Luego que hubimos entrado en un corral, vino el coronel La– vin a visitarnos, y después de varias conversaciones que se promo– vieron, suscitó la de la piedra de toque, que era la de la forma de gobierno. f\lis compañeros le contestaban con tacto y finura, y cuando él se veía atacado y sin tener salida algu na que le fuese honrosa, pro– rrumpía en amenazas y sarcasmos contra nosotros. Este era el modo que tenía el coronel Lavin de terminar sus cuestiones cuando se hallaba convencido . Es preciso advertir, que este joven coronel era de una brillante educación y de maneras muy finas, pero no sé qué objeto se había propuesto con insultarnos casi diariamente, a términos, hasta de querer echar mano a su espada. Este jefe era tan aborrecido por nosotros, que aun a pesar de nuestra desgracia,· 1e hacíamos conocer nuestro odio, pero, sin faltarle el respeto. Sin embargo, él lo conocía. Quiso cambiar de conducta, pero fue tarde porque no había uno de entre nosotros, que no desease vengarse de él, cuando llegásemos a ser canjeados y vueltos a las filas de nues– tros ejércitos. Este mismo coronel que tanto se complacía en insul– tarnos, fue fusilado en el Cuzco por patriota, el año de 1821 (1). Al siguiente día de haber llegado a Paria, se nos hizo marchar para la ciudad de Oruro, que distaba cuatro leguas, al salir el sol. Nuestra marcha fue tan buena como el camino que tuvimos que atravesar; y tan corta nos parecía esta jornada, que casi nada senti– mos la fatiga de este día. 5in embargo, parece que de las grandes calmas, nacen las grandes borrascas. Así fue, que al aproximarnos a la ciudad indicada, previmos la tormenta que se preparaba para nosotros. Luego que entramos en las primeras calles de esta ciudad , ya sentimos el odio que se nos tenía. Los primeros síntomas de la proximidad del huracán que después se descargó sobre nosotros, fueron los silbidos y mueras que a cada instante nos daban. Otros se burlaban de nuestra desnudez y miseria, a que nos habían redu- l. Lavin, con otros oficiales del ejército realista, se sublevó en el Cuzco el 22 de marzo de 1821 para deponer a las autoridades realistas y pasarse a los independientes. Lavin murió en la acción. Vencidos los sublevados, fueron pasa– dos por las armas el capitán Zamora, los oficiales Salgado, Guillén y un grupo de soldados (Nota F. D. L.)

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