Memorias, diarios y crónicas

NOTICIA SOBRE SU \/Il)A Y SERVICIOS 519 ciclo los realistas. Siendo algunos de los oficiales de éstos tan poco delicados, que llevaban sobre sus cabezas, nuestros propios morrio– nes, con las armas de la república, y los números de nuestros regi– mientos, como el lo., el 60., el 7o., el 9o. y cazadores. Sin embar– go, nada de estos gritos e insultos que se nos prodigaba nos hacían parar la atención, hasta que estuvimos a cuatro cuadras de la plaza. Entonces, cambió todo de aspecto, y de las amenazas, pasaron a los hechos. Todo el pueblo se había reunido para vernos entrar. Todos estaban preparados contra nosotros, y todos se burlaban de nuestra desgracia, y aun hubieron personas que nos apedrearon, y otros se metieron entre las filas y nos daban de trompadas. Lo que entra– mos en el cuadro de la plaza, se nos hizo sentar y principiaron a venir multitud de señoras y de hombres a regocijarse en nuestra desgracia. Y algunas señoras había que nos insultaban . Yo fui uno de ellos. Con motivo de la precipitada ligereza con que nos hicieron marchar a la entrada de Oruro, llegamos muy fatigados; y yo que aún no había acabado de sanar de mis heridas, luego que llegamos a la plaza y se nos puso allí a la expectación pública, me recosté sobre las faldas del soldado que había sido mi asistente; éste, para librarme de los rayos del sol, me puso su capote encima del cuer– po. ;\le hallaba en este estado desconsolado, cuando oí una voz femenil que le preguntaba a mi asistente quién era el niño que te– nía en sus faldas. Castillo le respondió que era su teniente que se hallaba herido y estaba recostado sobre su falda. "¿Quién? ese mocoso es oficial. Mejor sería que le enseñasen a leer y escribir". A estas palabras, levanté la cabeza y le dije: "Señora, ese cui– dado han tenido mis padres antes que usted y yo doy a usted las gracias por sus buanos deseos". "Cállese el insolente y mal criado" me contestó un hombre lleno de bordados que acompañaba a varias señoras, y me plantó su inmundo pie, sobre la misma herida que tenía, que se me fue en sangre con tan feroz patada. Mi contestación fue dar un gran grito: tanto que al oirlo, vino el capitán Lira y me preguntó qué causa me había motivado a dar aquel grito; entonces le dije que el grito era originado por una pa– tada que me había dado en la herida aquel hombre lleno de borda– dos. ¿Quiél'l? , me dijo ¿aquél que va con aquellas señoras? El mis– mo, le contesté. Entonces se dirigió a él y noté que se hacía como enojado; pero no pude oír una sola palabra por ser mucho el bulli– cio que había en la plaza. Pero lo que el capitán Lira regresó a donde yo estaba, me dijo estas palabras: "ese hombre que le ha

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx