Memorias, diarios y crónicas

MlTICI.\ sonin. su Vil).\ y SFHVICIOS 521 indios y cholos de ambos sexos, salían a recibirnos con comida y pan, y muchos nos daban sus jergas o mantas para que nos tapáse– mos. Yo fui uno de los que recibí un par de zapatos y un panta– lón. Estas piezas se las quitó de su cuerpo un indio y me dijo estas palabras en su idioma, que yo ya entendía: "Tomad, niño, este pantalón y estos zapatos, que yo no los necesito porque estoy acos– tumbrado a andar descalzo y aun desnudo, pero usted no. Adiós. Pueda ser que pronto lo vuelva a ver entre los suyos". Este hombre desapareció sin esperar ninguna respuesta mía. Al cuarto día llegamos como dejé dicho a Panduro. En este punto debíamos echarnos sobre las armas del batallón cuando la tropa fuese a la carneada, porque .en este momento no quedaba en el campo más gente que los cuatro centinelas que nos custodiaban, tanto a los soldados como a nosotros. Todo estaba preparado para dar el golpe, y marchar a reunirnos al coronel Lanza que se hallaba por los altos de La Paz. Pero cuál sería nuestra sorpresa, cuando en vez de retirarse toda la tropa a la carneada, vimos que la compañía de granaderos de este batallón tomó las armas y las cargó, y se quedó formada en su lugar descanse mientras se hacía la carneada. No sabíamos a qué atribuir esta innovación, y nos mirábamos los unos a los otros para preguntarnos qué motivo habría para tomar esas precauciones. Con tales preparativos quedamos inmóviles, en nuestros lugares, sin dar el más pequeño indicio de sorpresa o extrañeza por las medidas que se habían tomado. Así fue que el jefe del batallón, viendo la indi– ferencia que nosotros y nuestra tropa mostró a este preparativo, creyó que habría sido un parte falso el que le dio el teniente se– gundo a la primera compañía de granaderos del mismo regimiento número 9, N. Beltrán . Luego que se concluyó la carneada y la tro– pa regresó al campo, la compañía de granaderos armó pabellones y se retiró. En el resto del día no tuvimos novedad alguna. En la noche se nos doblaron los centinelas como lo tenían de costumbre, pero sin hacer alteración alguna en el servicio. Al día siguiente al aclarar, emprendimos la marcha para el pue– blo de Sicasica, a donde llegamos a las doce del día. En este pue– blo fuimos encerrados en una casa de la plaza; y al día siguiente fuimos entregados al subdelegado señor España. Este señor, luego que se hubo recibido de nosotros, nos habló con la mayor amabili– dad y nos dijo: "Siento señores verlos en el estado triste a que la suerte de las armas los ha reducido a ustedes; por mi parte, haré

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