Memorias, diarios y crónicas

NO'I ICI.\ SOBRE SU VID,\ Y SI RVICIOS 523 sentimientos hubiese abrigado en el fondo de su corazón: estad se– guros, que nosotros lo hubiéramos delatado, o lo hubiéramos ahoga– do en nuestra prisión; pues que el hombre que falta a su palabra, no es otra cosa que un canalla, que debe merecer el desprecio de todo hombre honrado. La vida que no es llena de virtud y nobleza, ¿de qué sirve? De nada, y nada hay más humillante que el desgra– ciado que pueda sobrellevar ésta, lleno de desprecio de todo el mundo. La casa que habitaba el señor subdelegado, era una de las me– jores del pueblo, y en la sala, estaba puesta la mesa. Habría en ella veinte cubiertos. Dicho señor nos hizo colocar por nuestros grados tomando él, a pedimento nuestro, el asiento principal. Este señor fue el primero que brindó porque pronto termina– sen nuestras desgracias y volviésemos a ver nuestra patria. Todos mis compañeros le retribuyeron a su afectuoso brindis. En la mesa reinó la mayor armonía y jovialidad, pues cualquiera que nos hubie– se visto, no habría sabido decir si éramos o no oficiales prisioneros, pues a no ser que por lo andrajoso de nuestros trajes, no hubiese juzgado de quiénes podían ser. Se habló en la mesa sobre distintos asuntos; y él supo con finura y tacto, traer la conversación a los asuntos políticos. Recuerdo que mis compañeros callaron por no ofender al hombre generoso que nos obsequiaba, pero notándolo por las contestaciones evasivas que mis compañeros daban, les dijo: "Hablo con mis amigos y creo que éstos no se rehusarán de entrar en una conversación que yo mismo la he suscitado. Hablad, caballe– ros, sin temor de que puedan ofenderme vuestras palabras". Con esto se alentaron mis compañeros y entraron en largos detalles, que duraron hasta las doce de la noche, hora en que nosotros nos despe– dimos del subdelegado. Al salir por la puerta de la sala para el patio, me acuerdo que no~ dijo estas palabras: "Si yo no fuese es– pañol, caballeros, abrazaría la causa de la libertad y la sostendría hasta derramar mi última gota de sangre. Este país, mis amigos (no hay que dudarlo) más tarde, o más temprano, conseguirá su absolu– ta independencia. Si los consejeros del rey, fuesen hombres de un juicio previsor, debían aconsejar a su majestad, que reconociese la independencia de la América, que formase tratados de alianza ofen– siva y defensiva, y sacase las mayores ventajas para el comercio español. Pero por desgracia, esto no se hará. Aquí no se hace otra cosa que saciar los sentimientos innobles y arruinar la pobre nación española más de lo que está". Así se terminó nuestra comida, y

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