Memorias, diarios y crónicas

524 JUAN ISIDRO QUESADA nos fuimos llenos de gratitud a descansar a nuestra pns10n. En esta población permanecimos cuatro días, y los más de los días íbamos a almorzar o a comer a su casa, pues nos mandaba llamar cuando por delicadeza, no lo hacíamos. Al cuarto día de es– tar en este pueblo, nos mandó llamar y nos dijo: "Había formado el ánimo de tenerlos aquí unos quince días, pero órdenes que no puedo eludirlas, me obligan a que mañana marchemos para La Paz. Con que así, caballeros, comeremos por última vez esta noche en casa, que aunque nos estemos hasta las dos de la mañana, no im– porta; pues nuestra marcha será muy corta. Los espero a la oración. Váyanse a despedir de esas buenas gentes pues sé que los quieren a ustedes mucho". En el momento nos retiramos y fuimos a despe– dirnos de las familias naturales que tanto nos habían obsequiado, las que no dejaron de llenarnos de infinidad de comistrajos para nuestro camino. A la oración estuvimos reunidos todos en la casa del señor subdelegado, quien como siempre nos hizo los mayores obsequios, tanto en una mesa que había preparado con licores, como en la comida. En ésta habló mucho sobre nuestro desgraciado estado y los temores bien fundados que él tenía del trato que debíamos expe– rimentar, por los diferentes jefes que habían de conducirnos hasta el Callao. Nuestra comida terminó, o mejor diré, que nos levantamos de la mesa como a la una de la noche, hora en que nos fuimos a dormir, llenos del mayor reconocimiento por las finas bondades con que este noble caballero nos había tratado, durante nuestra perma– nencia en el pueblo de su mando. Al siguiente día, a las 9 de la mañana, emprendimos la marcha para Chicta, y a las 11 paramos para desayunarnos. Esta comida nos la proporcionó el señor España, y consistía en dos jamones cocidos en vino, aves, fiambre, huevos cocidos, queso, pan, vino y unas cajas de dulce. Este mismo desayuno tuvimos hasta que llega– mos al pueblo de Guaqui. Aquí principiaron nuevamente nuestras desgracias, por haber sido entregados a un jefe que vino de la ciu– dad de La Paz con dos compañías para conducirnos hasta el Desa– guadero. Este jefe era de una estatura de seis pies de alto, flaco, de una cara seca y de modales muy groseros; natural de España. Creo si mal no me acuerdo, se llamaba Yáñcz.

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