Memorias, diarios y crónicas

NO'IICJ.\ SOBRE SU VIDA Y SERVICIOS 525 Luego que se recibió de nosotros, nos echó una arenga toda llena de sarcasmos y de insultos, amenazándonos con fusilarnos a la más pequeña sospecha que tuviese o le diesen aviso. Con tan buen recibimiento, quedamos como puede el lector juzgarlo por sí mis– mo. Esto no nos sorprendió, porque ya estábamos preparados para todo, por las indicaciones que el señor subdelegado nos había he– cho. Felizmente, nuestra custodia no debía durar más que tres días. Así fue que salimos pronto de las manos de esta fiera indomable y sedienta de sangre americana. A los tres días nos entregó en el pue– blo del Desaguadero al comandante de este punto, a quien nos recomendó tan bien, que no extrañamos en nada el grosero trato del que nos había dejado. En este pueblo permanecimos tres días encerrados en el cuar– tel, con centinelas de vista y sin poder asomarnos a las puertas de nuestro calabozo. No sé qué incidente hizo que de repente cambia– se nuestro trato, pues de presos que estábamos, pasamos a gozar de toda libertad. Se nos quitaron los centinelas y se nos dio el pueblo por cárcel, con la orden que a las oraciones estuviésemos reunidos en el cuartel en los días sucesivos. Aquí permanecimos como quin– ce días, hasta que habiendo fugado el capitán Benito Peralta y el teniente Romualdo Guardia, nos hicieron marchar para la villa de !.Ioquegua, por la cordillera de Santa Rosa. Salimos del pueblo del Desaguadero un día muy frío y lluvio– so, teniendo que atravesar dos ríos con el agua al pecho; y después de una marcha de cinco leguas, llegamos a unos ranchos de indios, en donde hicimos alto. En este lugar se nos dio para comer unos carneros tan flacos, que nos fue imposible hacerlo y los dejamos tirados. Llegada la noche, algunos de mis compañeros hicieron unas mechas, y colgaron varios de estos carneros en el frente del rancho y les pusieron las mechas .adentro del esqueleto. Estos sirvieron como de farol; y si no alumbraban, al menos se veían los esquele– tos como una opaca ll:lz roja. Al aclarar del siguiente día, emprendimos nuestra marcha, y después de recorrer seis leguas, por un camino bastante fangoso, lle– gamos a un miserable pueblo de indios. Aquí nos encerraron en un rancho grande, que se llamaba la capilla. Estaba en tan mal estado, que no había un lugar que fuese capaz de ponernos al abrigo del agua que caía a torrentes. Pasamos una noche bastante cruel, tanto por la lluvia, como por el frío que sentíamos, por tener nuestra ropa mojada, y deseá-

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx