Memorias, diarios y crónicas

526 JU.\N ISIDRO QUESADA bamos que cuanto antes aclarase, para poder hacer fuego y ver modo de secarla, para entrar a la cordillera de Santa Rosa. iPero, qué vanas fueron nuestras esperanzas! Al rayar el día se tocó diana, y en seguida la generala, que era la señal de marcha. Luego que la oímos, liamos nuestros tristes tra– pos, y salimos a formarnos; se nos pasó lista y emprendimos nues– tra marcha, subiendo una cuesta que daba entrada a la indicada cordillera. El día estaba despejado y anunciaba ser uno de los más hermosos que se disfrutan en esta estación, en la sierra. Con el sol que brillaba, se secaron nuestros trapos y nos aliviamos del peso extraño que llevábamos por el agua en que éstas estaban empapa– das. Nuestro camino fue muy soportable hasta las diez del día, hora en que se cubrió el sol y nos principió a nevar. Fue tan co– piosa ésta, que el jefe que nos conducía, no pensó en otra cosa que en llegar lo más pronto posible al lugar de nuestra paradá, dejándonos que caminásemos como pudiésemos, porque creía indu– dablemente este bárbaro que la nevada nos cubriría, y habría con– cluido con la comisión de llevarnos a Moquegua. En esta precipitada marcha, los más débiles principiaron a que– darse atrás, cansados por lo pesado del camino y por el peso que se nos aumentaba con la nieve que se nos pegaba en nuestros an– drajosos vestidos. Yo fui uno de los que por la pr~cipitación de la marcha, me quedé cansado de fatiga y de frío, echado al lado de una piedra que me cubría del viento Sur y la nieve, esperando que terminase mi existencia el hielo que lo sentía caminar gradualmente por mis venas; por más esfuerzos que hacía para abrigarme y ver de cobrar alientos para seguir mi marcha, no lo podía conseguir, pues ya a mi sangre principiaba a faltarle el calor vital. En medio de las reflexiones que hacía, invocaba a Dios y a la Virgen Santísima, para que recibiera mi alma; cuando en esto, se me presentó un arriero, y con una voz dulce y suave, me dijo: "¿Qué hacéis ahí, niño? " "Espero, señor, le contesté, el terminar mis desgraciados días, porque ya me han faltado las fuerzas para alcanzar a mis compañeros". "No tengáis cuidado", me dijo. Se apeó y me dio un pan y dos cebollas; y luego que las hube comido, me hizo tomar una bota de vino, como de una botella. Entonces, mis fuerzas se reanimaron y me paré. Viéndome en este estado, y que estaba des– calzo, sacó un par de zapatos de sus maletas y me los hizo poner; me dio también una frazada, cuatro panes, seis cebollas, un queso amasado con ají y la bota de vino. "Ahora, amiguito, ya podéis

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx