Memorias, diarios y crónicas

NOTICIA SOBRE SU VIDA Y SERVICIOS 531 Luego que pasaron las primeras emociones de alegría de todas estas señoras y señoritas, una de ellas que se llamaba doña Juana Manuela, le dijo a doña Marta que era la señora del señor Velarde: "Que vayan a buscar al sastre para que le tome la medida de ropa al porteñito". En el acto salió una criada y vino con éste, el que me tomó medida de dos chaquetas, tres pantalones y dos chalecos. A poco rato de estar el sastre, entró el zapatero que me tomó medida de dos pares de botines. En seguida de esto, otra señora como de 25 años que era la hermana mayor de doña Marta, doña Juana Manuela y Elenita, salió a buscar géneros para camisas y cal– zoncillos, y también trajo medias y un sombrero fino de pelo negro y pañuelos para corbatas y de manos. Esta señora se llamaba doña Juana, era viuda; de una figura muy elegante, alta, bien formada y muy graciosa. Es acaso una de las señoras más hermosas que he conocido en mi vida, en los distin– tos países en donde he estado. Después de la campaña del año 1821 en los puertos interme– dios, tuve el mayor gusto de oir hablar a varios oficiales de mi regi– miento que habían hecho ésta, que era el de granaderos a caballo de los Andes, que habían conocido a doña Marta hacer los mayores elogios de ella, tanto por su hermosura y gracia, cuanto por lo bien que tocaba la guitarra y cantaba. Esta señora reunía todo en sí. A más de su hermosura, que era como dejo dicho, muy amable, cari– ñosa y sensible, y en su trato se sabía granjear el afecto del que hablase con ella por primera vez. Al comandante -coronel después- Manuel José Soler, ie oi hacer mil elogios de esta señora, y de lo que amenizaba la sociedad en que ella estaba. Esto era para mí una grande satisfacción, pues miraba a ésta, como si fuese una persona de mi familia. Tal era el regocijo que experimentaba mi corazón al oir hablar bien de ella. Las otras tres señoras para llenar el número de las siete, eran primas de estas hermanas. Al otro día a la oración, se me trajo la ropa y botines que se me habían mandado hacer, y al segundo día, me llevó el señor Ve– larde a visitar al provisor de la villa. Este era un hombre respetable en su forma, muy amable en su trato y modales. Me hizo muchos cariños, y me regaló dinero para que me proporcionase algo para mi marcha. Me habló mucho de mi patria, pero sin descender a los asun– tos políticos del día. Me ofreció el empeñarse por mí, para que me

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