Memorias, diarios y crónicas

NOTICIA SOBRE SU VIDA Y SERVICIOS 533 hacerme tal acción". "¿y qué me haría usted?" No sé, le respon– dí; pero usted no me insultaría, como lo hace, con impunidad. Entonces, el señor Velarde le dijo: "Señor, este joven está bajo mi custodia, y espero que usted no le hará nada, porque él no le ha faltado. Usted lo provoca, a pesar de la moderación de sus expre– siones". Después el señor Velarde le dijo a su señora: "Marta, lleva a ese joven al comedor, que creo que ya está la comida que se le ha mandado preparar". En este momento entró doña Juana Manue– la, y me dijo: "Vamos, que ya está puesta la comida para usted". Muy bien, señora, vamos a donde usted guste, le respondí; pero luego que salí de la sala y entré al comedor, se me anegaron los ojos de lágrimas. En vano hacía esfuerzos para contener mi llanto; no lo podía conseguir. Así fue, que las señoras dejaron que mi corazón ofendido se desahogase; y luego que creyeron ser oportuno, me llenaron de cariños. La que más se distinguió en aconsejarme y calmarme, fue doña Juana. Excuso decir lo mucho que ella me dijo, pues cuando llegué a la edad de la reflexión, conocí que sus consejos sólo habían sido los de una madre afectuosa, para un hijo querido. Luego que me calmé o que se me pasó aquel primer momento de justo sentimiento, me hicieron sentar a la mesa; y con las mayo– res instancias, me obligaron a tomar algún alimento. iYo lo necesita– ba! Hacía lo menos doce horas que no tomaba ni agua, por las distintas impresiones que experimenté en tan poco tiempo. ¿Ni cómo podía tampoco ser indiferente a los ruegos de estas señoras? No me quedaba otro término que condescender, a pesar que, como buen niño entonces, se me abrió el apetito con la vista de una lujo– sa y bien servida mesa. iQué contraste! No hacía aún cinco horas que estaba en medio de la mayor miseria, y ahora me veía sentado en una elegante mesa, y circundado de señoras, a cual más amable y complaciente con un prisionero. Sólo el que se ha formado en la escuela del infortunio, como yo, podrá formarse una idea aproxima– da de los sentimientos que me agitaron en ese instante, que me hacían olvidar lo que era. Es decir, un prisionero de guerra, en poder de los tiranos españoles. Durante la comida, todas estas señoras se esmeraban en prolon– garla con mil preguntas sobre mi país, y las fuerzas con que conta– ba la República para hacer la guerra a los españoles. Satisfacía a todas, y cuando llegamos a los recursos para la guerra, no dejé de exagerarles un poco el número de nuestros ejércitos en campaña,

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