Memorias, diarios y crónicas

542 J UAN ISIDRO QUESADA pero una mano fuerte me retuvo, ésta era de una señora que había p revisto mis intenciones, y me dijo: "Es preciso tener valor, amigui– to en este momento y mostrarse superior a esta despedida. iQuería usted irse sin darnos un abrazo! No, no, amiguito. Estréchenos us– ted entre sus brazos, y reciba en ellos el tributo de amistad que debemos rendirle". Me abrazó y un copioso llanto inundó su rostro, se dejó caer sobre una silla y salí arrastrado por la mano del señor Velarde, derramando un torrente de lágrimas, sin saber, si ex1st1a o estaba en otro mundo. Al llegar a la puerta de la calle les di el último adiós, y no las volví a ver. Luego que me despedí del señor Velarde, monté en mi mula y me reuní con mis compañeros; los cuales, observaron mi conmoción y la respetaron, hasta que salimos al aire libre del campo. Luego que bajamos el portillo de Moquegua, se aproximó a mí el capitán Pérez y me d ijo: "Debes haber sufrido mucho, Isidró, cuando aún te hallas tan conmovido". "Es cierto, capitán, le res– pondí. No sé lo que en mí pasa, pero ni aún sé si vivo, o voy muerto sobre esta mula, las impresiones que he experimentado han sido tan fuertes, que nunca he sufrido lo que en este día". "No lo extraño, me respondió éste; pero ya saliste de este mal paso que tanto lo temía yo, porque sabía lo mucho que esas señoritas te querían y porque tampoco creía que tu tierno corazón tuviese el valor suficiente aún, para soportar sobre sí, impresiones tan fuertes: pero consuélate, ya estás entre nosotros, que pronto te haremos crear fuerzas de flaqueza". "Gracias, capitán, pues bien necesito ahora el apoyo de usted y mis compañeros porque aún me hallo muy afectado", y rompí en un llanto que fue el último, y sirvió de desahogo a mi corazón oprimido. El capitán Pérez dejó correr éste, y luego que me vio más tranquilo, me dijo algunas palabras de afecto; y como ya me había tranquilizado un poco, entramos en una conversación detallada so– bre noticias que a éste le habían dado, de un golpe que el mayor La Madrid les había pegado a los españoles en Tarija, y algunas otras cosas a este respecto. Nuestra marcha fue larga, pues tuvimos que caminar seis leguas hasta la Rinconada que va para el puerto de Ilo. El sol era abrasa– dor y se hacía más fuerte a causa del arenal por donde nuestros pobres soldados se enterraban hasta los tobillos; por lo que no se adelantaba lo que se debía en la marcha. Así fue que se hizo nece– sario el hacer altos largos para dar descanso a estos infelices que se

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx