Memorias, diarios y crónicas

NOTICJ.\ SOBRL SU VIl)A Y SERVICIOS 543 quedaban atrás casi sin alientos, tanto por el camino, cuanto por el sol y la falta de agua. Sólo el que ha tenido que atravesar a pie estos eriales, podrá formarse una idea aproximada de lo que han sufrido estos soldados tan valientes en los combates, como sufridos en las desgracias. Felizmente, se levantó la virazón del mar un poco más tempra– no que de costumbre, y con esto, refrescó el aire y el piso que despedían un fuego devorador, y con este auxilio la tropa pudo acelerar su marcha y llegamos a campar al pie de una hacienda que se halla próxima a la cuesta que da entrada al desierto que media desde este punto hasta el valle de Loreto. Este tiene diez leguas de largo. Luego que acampamos, se carneó para que com1esemos, se nos trajo leña y principiamos a encender fuego y hacer nuestra comida. La tropa fue la primera que concluyó sus fuegos y alimentos; pues, que no tenían nada que acomodar por traerlo todo encima, ni me– nos animales que darles de comer y beber, ni tampoco cuidarlos para que transporten sus cuerpos en el desierto que nos esperaba para el día siguiente. Así fue, que ellos se entregaron más pronto al descanso de sus fatigados miembros, luego que se les pasó la lista de costumbre, y se pusieron las centinelas alrededor del campo para nuestra seguridad. Después de tomar todas las precauciones para que nadie pudie– se fugar del punto adonde habíamos acampado, vino el comandante que nos conducía a decirnos que nos preparásemos de fiambres y agua para la marcha del día siguiente, pues, que ésta era muy larga y penosa, en razón a que no teníamos agua en todo el camino has– ta que no llegásemos a Loreto, lo que nos prevenía para evitarnos los horrores de la sed , y que lo mismo lo advirtiésemos a nuestros soldados para librarlos de la· desesperación que de ellos se apodera– ría a causa de la escasez del agua. Le dimos las gracias por el aviso que nos hacía; así fue, que en el momento hicimos presente esto a nuestros soldados para que con tiempo se preparasen para la cruza– da del desierto. En este momento, todo volvió a ponerse en movi– miento para principiar los preparativos para la marcha del día si– guiente. Estos preparativos absorbieron todos nuestros pensamientos por la idea de este desierto que se nos había pintado bajo colorido tan poco halagüeño y acaso con el objeto de intimidarnos. Yo no lo extraño, porque el comandante que nos conducía era un pobre indio bruto que en su vida había salido de la circunferencia de su

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