Memorias, diarios y crónicas

544 J U,\ N ISIORO QUESADA pueblo, como él mismo nos lo había dicho, y tan apocado, que recuerdo que no pocas veces me reí en sus barbas cuando me con– taba una porción de cuentos tan absurdos, que tan sólo podían caber en una imaginación llena de superstición y de ideas fantásti– cas, de las que los frailes les imbuyen en su niñez. Ilabían tocado la retreta y aún estábamos arreglando nuestros asados para llevarlos para este tan decantado desierto. Luego que nos acostamos, pregunté al capitán Pérez, porque había ex trai1ado el no verlo, por el teniente Beltrán, y éste me dijo: "Felizmente para nosotros, se ha quedado este infame enfer– mo en el hospital de Moquegua; pero yo conozco su enfermedad. Si abrigase sentimientos en mi corazón como los de ese canalla, po– día haberlo hecho traer con una barra de grillos, pero no he queri– do. Su mal es fingido y puede que pronto esté incorporado a nues-. tro ejército; pero mucho ha de tener que sufrir en éste, pues que a esta fecha ya estarán allí el capitán Pe ralta y el teniente Guardia, y éstos paten tizarán a nuestros compañeros y a nuestros jefes, la infa– me conducta observada por éste cuando íbamos a sublevarnos en la parada de Pancluro". Mi contestación fue: "ha hecho usted bien, ca– pitán, pues, que él llevará siempre sobre sí este remordimiento, el desprecio de todos nosotros y el de nuestros compañeros cuando sean informados de su atroz y cobarde conducta". "Así es, pero vamos a descansar que mañana tenemos que madrugar mucho, y co– mo han pasado tantos días que no lo hacíamos por obligación, tal vez mañana nos cueste el hacerlo a la hora que nos toquen la diana" . El se dio vuelta y se tapó la cabeza y yo me quedé mirando la luna que era muy hermosa, como lo es siempre en esta estación del verano en toda esa parte de la costa del Perú; y pensando en la transformación que tan repentinamente había experimentado en mi blanda y mullida cama, como bien sahumada, a la que en esos mo– mentos tenía bajo la celeste bóveda, que por colchón y almohada tenía, la arena del desierto, que al otro día debíamos atravesar : co– mo asimismo, extrañaba la sociedad amena y delicada de mis bien– hechoras, que tal vez en aquel momento recordaban a su protegido prisionero, durmiendo en el desierto. Al fin pude reconciliar mi sue– ño, que fue tan descansado y dulce, que aún estuve respirando has– ta que me despertó el aroma suave, con que estaba sahumada toda la ropa de la cama que tenía para dormir en el pueblo. Cuando estuvimos prontos, se nos pasó lista, y terminada ésta, dimos principio a entrar al camino que nos conducía a subir la

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx