Memorias, diarios y crónicas

l\OTICL\ SOBRE SU Vll)A Y SERVICIOS S45 cuesta de la Rinconada. Luego que hubimos caminado como dos leguas, hicimos alto para que descansase, tanto la tropa que nos custodiaba, como la nuestra. Todos mis compañeros y yo inclusive, echamos pie a tierra y nos pusimos a almorzar una parte de nues– tros fiambres. Este almuerzo fue tan agradable para nosotros que casi no sentimos el tiempo que había transcurrido, hasta que se hizo la señal de marcha. En el momento, nos levantamos todos y fuimos a tomar nuestras mulas, y yo al tomar la mía, se me espan– tó ésta y echó a correr por un desfiladero, llevándome toda mi mi– serable cama quedándome sin tener en qué descansar mis fatigados miembros. En vano fueron las súplicas que le hice yo y mis compañeros, al comandante que nos conducía para que se mandase alcanzar la mula que me llevaba mi cama. Por toda contestación me dijo: "marche usted a pie, que demasiadas consideraciones se han tenido con un insurgente como usted y sus compañeros". "Mil gracias, se– ñor", fue mi contestación. Desde este momento, me quedé sin tener con qué poderme tapar en las noches que teníamos que dor– mir a la intemperie, y tuve que marchar a pie, por el espacio de cinco leguas, rehusándome a las súplicas que mis compañeros me hacían para que montase en ancas de algunas de las mulas que con– ducían a éstos. Pasada esta distancia, me obligó el capitán Pérez, a que monta– se en ancas de su mula, que por no desagradar a éste, tuve que ceder contra mi determinación de hacer todo este camino a pie hasta el puerto de llo. Anduve la mayor parte de la distancia que me faltaba que hacer hasta Loreto, contemplando la barbarie del jefe que nos conducía que se regocijaba en aprovechar los momen– tos que se le presentaban para hacernos sentir su autoridad. Así fue, que pasando éste por delante de mí, no pude men0< rn1e mi– rarle con el mayor horror, y decirle al capitán Pérez: "Este hombre infame lleva marcado en su fisonomia, la bajeza, y la vil alma que la sostiene; pero día llegará, en el que le poda– mos hacerle avergonzarse de su infame modo de proceder para con nosotros". Paciencia, Isidro, fue su única respuesta; pero yo que me hallaba herido, no pude menos de continuar denigrándole como lo merecía, y descargando mi corazón, por el mal que acababa de ha– cerme, dejándome sin ropa para mudarme y descansar mi cuerpo de las fatigas de nuestras penosas marchas. Llegamos por fin a la bajada de la cuesta que hay al valle de

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx