Memorias, diarios y crónicas

NOTICIA SOBRE SU VIl)A Y SERVICIOS .547 ron con la leña y se encaminaron para el lugar adonde habíamos acampado, agregando "tenga usted la bondad de entrar un momen– to a la sala y hágame el gusto de esperarme un rato en ella mien– tras voy adentro". En efecto, pasé a la sala y estuve un rato espe– rando a esta señora, hasta que volvió a entrar con una canasta llena de cosas de comer; la que me entregó y me dijo: "si usted necesita algo con que yo pueda auxiliar su triste estado, no tiene más que decírmelo, para llenar sus necesidades". Di las gracias a esta señora y me retiré adonde estaban mis compañeros. Estando ya arreglando la comida, pues a mi me tocaba ese día el hacerla, llegó un criado de la hacienda preguntando por mí, y éste me entregó de parte de su ama, dos frazadas, una colcha y dos pares de sábanas y a más unos veinte pesos fuertes. Por tan genero– so obsequio, le mandé dar gracias y así fue que a la generosidad de esta señora, debí el no incomodar a ninguno de mis compañeros para que me hubiesen cubierto con sus mantas por no dormir a la intemperie. Al día siguiente, marchamos después de almorzar, pues la mar– cha era de dos leguas; por cuya razón, creo que se demoró ésta más de lo de costumbre. A la noche, se nos mandó montar en nuestras mulas, pues ya yo tenía una que la señora indicada me había mandado con un criado para que me llevase a Ilo. Con este motivo, marché solo en mi mula; y cuando menos pensamos, nos hallamos en la playa del puerto; porque tal había sido nuestro ena– jenamiento con la hermosura de este valle y las vistas tan variadas y sorprendentes, que no sentimos el camino, ni el sol abrasador que hacía, hasta que no vimos el mar. Al verlo, todos echamos una mi– rada a los grandes cerros de arena y dijimos: igracias a Dios que van a term inar nuestras fatigas de caminatas! Sin embargo, no creíamos que fuésemos a pasar grandes días de felicidad; pero sí pensábamos, que por muy mal trato que se nos diese, al menos no tendríamos que sufrir tantas intemperies. Llegamos al puerto. Nos apeamos de las mulas, les quitamos nuestros pequeños equipajes, alojándonos en el único rancho que había, que era bastante espacioso para que estuviésemos todos los oficiales que íbamos. Aquí permanecimos quince días, paseándonos en esta playa despoblada de casas y habitantes, hasta el 4 de febre– ro, a las 7 de la mañana, que nos embarcaron en la fragata Perla. Lo que llegamos a bordo, nos metieron en el entrepuen te a noso– tros y la tropa, en donde íbamos como sardinas: unos encima de

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