Memorias, diarios y crónicas

84 FRANCISCO JAVIER MARIATECUI esas personas de elevado carácter no manifestaron por la imprenta sus opiniones, las razones en que las apoyaban, los beneficios que de su plan debían nacer, los males que debían evitar y la necesidad de que San Martín asumiese el mando y se crease Protector, y todo esto no por papel anónimo sino bajo sus firmas? No se hizo así, no se procedió con franqueza, porque ningún hombre de concepto lo pensó; ninguno habló en este sentido y ninguno habría prestado su aquiescencia a semejante plan. Los palaciegos, los que adulan a todo el que manda, no son ni pueden ser el eco de la opinión. Al ser cierta la afirmación de San Martín de que era provoca– do repetidamente por un gran número de personas de elevado carácter y decidido influjo para que se arrogase el mando, habría compuesto su Consejo de Estado de patriotas, de ciudadanos de elevado carácter y decidido influjo. Pero en el personal del primer cuerpo de la administración no vio el público mas que nobles godos, y si hubo algún patriota, éste hab ía sido monarquista. Dedujeron, pues, los hombres circunspectos y previsores de Lima, después de los pasos que siguieron a la usurpación del mando, que todo lo alegado había sido una patraña. Continúa San Martín: "Cuando tenga la satisfacción de renunciar el mando y dar cuenta de mis operaciones a los representantes del pueblo, estoy cierto que no encontrarán, en la época de mi administración, ninguno de aquellos rasgos de venalidad, despotismo y corrupción, que han caracterizado a los agentes del Gobierno español en Améri– ca. Administrar recta j usticia a todos, recompensando la virtud y el patriotismo, y castigando el vicio y la sedición, en donde quiera que se encuentren, tal es la norma que reglará mis acciones mien– tras esté colocado a Ja cabeza de esta nación". La palabra sedición, insertada en esta parte de los fundamentos es muy significativa y como tal la entendieron en ese tiempo todos los que leyeron el decre to con un poco de meditación. Entendíase por sedición no sólo todo acto, tumulto, alboro to con tra el prínci– pe, todo levantamiento popular, sino también todo lo que los emperadores romanos reputaron crímenes de traición a sus leyes. iCuánta amenaza en una sola palabra! Por tal la tuvieron los patriotas y se confirmaron en su aserción al ver los fusilamientos de Jeremías, y de Mendizábal, de que hemos ya hablado, y los destie– rros de Urquiaga, de Calorio y otros patriotas. Las órdenes para

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