Memorias, diarios y crónicas

ANOTACIONES A LA HISTORIA DEL PERU INDEPENDIENTE 99 ejecución. Agentes buscaban sicarios y después de pasos infructuo– sos, sólo encontraron un torero que salió en busca de su víctima, que fue descubierto y que nada pudo hacer. San Martín, que dudó tal vez de los avisos, que no creyó a los enemigos capaces de un atentado que las luces del siglo desaprueban, conoció la verdad de lo que los patriotas le participaron, cuando logró tener a la vista el acta en que estaba consignada esta insigne maldad. De aquí nació el decreto de secuestros, decreto que sólo estuvo dirigido contra los que emigraron con los enemigos, y decre– to que recibió modificaciones después. ¿Habría sido prudente dejar– les los bienes para que con ellos hubiesen hostilizado y causado mayores males a los patriotas? Claro es que no ; y esta considera– ción fue la única y la única verdadera causa de que los secuestros hubiesen sido establecidos y sostenidos después. Cuando Canterac bajó a Lima en setiembre de 1821, fueron los españoles encerrados, por medida de precaución, en el convento de la Merced; medida que si tenía por objeto impedirles que se uniesen a los que venían y nos dañasen, o si teníamos que batirnos dentro de murallas, nos sirviesen de obstáculo para obrar con entera libertad contra los asaltadores, tenía también el de libertarlos de todo vejamen y daños. Así las instrucciones que a los oficiales de guardia se dieron, estaban reducidas a no permitirles salir del con– vento y a defenderlos de todo ultraje y persecución. Uno de esos hombres violentos, concentrados, que nada prevén y que si algo prevén todo lo posponen a su miserable pasión de venganza, estaba en el balcón de una de las celdas de los religiosos, como simple espectador de lo que pasaba en la calle, y al transitar una patrulla le disparó un tiro de pistola, que felizmente no hizo daño, y que si no secundó fue porque se lo impidieron otros que estaban con él. La patrulla dio el grito de alarma y entonces se oyó una voz que decía: "mueran los asesinos españoles". La patrulla corrió Y se dirigieron otros varios al convento. El capitán de guardia, que era un antiguo patriota, nombrado Castillo, que se estableció y casó en Trujillo, cerró el postigo, que estaba abierto y en el que estaba parado. Esta medida salvó a los españoles y libertó a los peruanos de tener que llorar la suerte de tantas víctimas, de que un hombre violento y desalmado habría sido el autor. San Martín y Monteagu– do conocieron entonces la necesidad en que estaban de alejar del Perú independiente a los españoles, alistaron la fragata "Milagro", que había tomado el nombre del Ministro, y en ella despacharon

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