Memorias, diarios y crónicas

100 FRANCISCO J AVIER MARIATECUI para Chile a un número considerable de enemigos. Otros pidieron sus pasaportes para el extranjero y quedaron en la capital, viejos, casados, y un número muy pequeño de contrarios. En los primeros días de la instalación del Congreso se dio la ley de 9 de octubre de 1823. En ella se dispuso que los americanos confinados o expatriados, sin causa legalmente comprobada, fuesen restituidos inmediatamente a su domicilio, declarando que a los españoles quedaba abierta la puerta para regresar concluida la guerra. Al abandonar La Serna la ciudad dejó en ella agentes que le informaron de todo, hombres de caudal que suministrasen fondos, hacendados españoles que proporcionasen gente y bagajes, y no olvidó ninguna de las medidas que creyó podían servir a sus planes. Pero a pesar de esto no es cierto que no faltase al Virrey quien le comunicara noticias, casi diarias, de cuanto pasaba entre los patrio– tas y de sus planes y proyectos (C). Los españoles nada supieron, y sus agentes por más deseos que tuviesen de mandar comisionados y correspondencia no lo pudieron conseguir. Los esclavos de las haciendas, los mayordomos, la gente libre que vivía en ellas, y los mismos pueblos eran una policía que el Gobierno no tenía necesidad de pagar. Era Presidente del Departa– mento, cargo equivalente hoy al de Prefecto, don J osé de la Riva Agüero, y éste tenía bien organizado d servicio que las circunstan– cias exigían y recompensaba a los que traían a la capital a los transeúntes sospechosos. De la falta de noticias se quejó Canterac al General La Mar cuando se vieron en los castillos. Que hubiese sacerdotes que en el confesionario tratasen de infundir ideas antipatrióticas, no es de dudarse, pero en el púlpito no. Todo lo sabían las autoridades y pobre del que se hubiese atrevido a dar semejante paso . i durante la administración del Virrey hubo muchos que se atreviesen a predicar contra la patria. El clero enemigo era muy reducido; los más, tanto los seculares como los regulares, eran patrio tas y mucho más instruídos que el clero de nuestros d ías. Sería extenderme mucho enumerar a los que se distinguieron por su saber, patriotismo y consagración a la santa causa de la independencia y libertad de la América. En estas anotaciones he citado a algunos; las gacetas y papeles sueltos de esos tiempos están llenos de exhortaciones del clero por la buena causa. Yo tengo muchos papeles del clero y estoy pronto a mos- [(C) l bidem, pág. 242.)

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