Memorias, diarios y crónicas

164 JOSE MARIA AGUIRRE otra parte del ejercito de los Andes en Santiago disciplinaba una nueva fuerza para el estado de Chile; sirviendo sus tropas y oficia– les de base para los cuerpos con que aquella nueva república había de sostener su independencia. Este liberal y generoso desprendimien– to hizo ver a los chilenos que sus libertadores se habían transfor– mado en maestros, para partir después con ellos las glorias como aliados y compañeros. Las armas del rey habían obtenido ventajas en otros puntos de América. Orgullosos desde el centro del Perú con un escogido ejército de las más selectas tropas peninsulares y del continente desembarcaron los españoles en Talcahuano para perpetrar la con– quista del reino. Se retiraron los sitiadores a reunirse con el cuerpo principal del ejército que marchaba a encontrarlos. Se incorporaron y en el primer encuentro en Cancha Rayada se le hizo sentir al enemigo el poder y el temple del acero: la caballería les pegó una soberbia carga, y les obligó a encerrarse en la ciudad de Talca. La noche llegó, era preciso cambiar de posición. Se empezó a maniobrar por el flanco derecho y se había colocado ya la mitad del ejército en su destino. El resto iba en marcha cuando amparados de las sombras de la noche los enemigos cargaron y dispersaron las tropas que estaban en movimiento; las otras se mantuvieron en su formación, rompieron el fuego, rechaza– ron la carga, y se retiraron en orden (1). El ejército había sido en parte dispersado por la confusión de la noche pero no era vencido . No había perdido su moral, su valor era el mismo. Debía rehacerse en Santiago, y se retiró dando ejemplo de disciplina, de coraje y de serenidad. Los enemigos se creyeron victoriosos, pero un cuerpo de caballería en Santa Inés les mostró que no se les temía. No obstante haber sufrido en ese choque, siguieron sus marchas hasta retirarse al frente de los llanos de Maipú. Entonces fue cuando los realistas más erguidos, ostentando la superioridad de sus fuerzas, traen al frente las columnas de los peninsulares vencedores de los vencedores de Austerlitz y de Ma– rengo. El sol estaba en el cenit, y ya no los amparaba las tinieblas. Los dos ejércitos se avistaron, el aire lo estremeció el bronce, la (1) Este ataque brusco fue el 19 de marzo de 1818.

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