Memorias, diarios y crónicas

4 FRANCISCO J AVIER MARIATEGUI ANOTACION J. Errores del autor sobre el comercio de los españoles. Dice el autor en la página 10 [citando a Baquíjano ]: " la facilidad de estancar el comerciante poderoso sólo un ramo, lo hacía árbitro del precio, aumentándolo a un exceso que sólo se reglaba por la necesidad, exigiendo por el quintal de fierro cien pesos y por el de acero ciento cincuenta" . Da a entender que esos precios eran los que el fierro y el acero tenían en plaza, y semejante aserción no es exacta. El precio común y general del primer artículo era regular– mente el de 30 pesos, y el de 45 a 50 el del segundo; precios excesivos, intolerables, que ponían un obstáculo invencible a la agricultura, minería y construcción de embarcaciones en el astillero de Guayaquil. Pero ese exorbitante precio de artículos de primera necesidad no provenía de la facilidad que para estancar las especies tenía el comerciante poderoso, provenía de o tras causas distintas . Las fortunas de esos tiempos no eran como las de hoy, excesivas; raro era el comerciante (hablo del Perú) que contara con un millón de pesos; los más tenían capitales que sólo llegaban a doscientos mil duros, fluctuando éstos entre esta cantidad y cien mil pesos. Bastará recorrer los inventarios de la testamentaría de los comer– ciantes de esos tiempos, y los procesos de las quiebras, para con– vencerse de que no exagero . Los españoles estaban atrasados, como los que más, en la ciencia económica, y los reglamentos de aduana, las tarifas y los enormes derechos que cobraban, eran la verdadera causa de los precios excesivos en que todo era vendido. Toda mercancía que llegaba a la tienda o almacén estaba recargadísima. La España no tenía más que un puerto habilitado para la América y fue al principio Sevilla por el Guadalquivir, y después Cádiz. Hasta fines del siglo pasado no concedieron los reyes españo– les que otros puertos de la Península fuesen comprendidos en el privilegio de comerciar con la América. Los efectos pagaban dere– chos excesivos a la entrada en Cádiz, cuando nos traían las produc– ciones de otras naciones, pagaban derecho a la salida y volvían a pagar otros derechos de entrada en los puertos americanos habilita– dos, que también eran muy pocos; las mercaderías españolas, recar– gadas por los gastos de producción, las más de las cuales tampoco eran de buena calidad, también lo estaban con los derechos de entrada y de salida de un puerto a otro y de nueva entrada en

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