Memorias, diarios y crónicas

ANOTACIONES A LA HISTORIA DEL PERU INDEPENDIENTE 7 En esta junta expuso Abascal el estado de las provincias sublevadas, indicó las medidas que contra ellas podían tomarse y pidió el voto a los presentes. Tomaron la palabra algunos, que opinaron por la guerra y por la guerra fue el voto de los que no hablaron. Sólo el Regente de esta Real Audiencia, D. ~lanuel Arredondo, sostuvo la idea contraria, y Villalta fue también el único que lo siguió. Desde entonces este americano fue mal visto por los es– pañoles. Sostuvo Arredondo que el virrey no podía destruir con la fuerza la hidra revolucionaria, y que si lograba sofocar la revolución en alguna provincia, se levantaría en otra; que la revolución era el Anteón de la fábula, que cortado un miembro le nacía otro, y que sería nunca acabar, y reducir a desiertos los ricos dominios de su Majestad Católica; que no siendo militares los revolucionarios sería fácil derrotarlos en batallas campales, que ellos aprenderían sufrien– do derrotas, o harían la guerra de recursos y de partidas; que su opinión era que el rey perdía la América el día que se dispararan tiros entre realistas y patriotas; que debía aceptarse el reconoci– miento de Fernando VII, tratar con los revoltosos y meter espías que sembrasen la división entre todos y entre las diferentes provin– cias y diferentes pueblos; que esto era fácil de lograrse entre gente sencilla, y hacer desaparecer a los hombres capaces de llevar adelan– te ulteriores planes y más avanzadas pretensiones. El astuto Ulises de nuestros días no fue escuchado, la imprevi– sión se apoderó de los otros miembros de la junta, y la guerra fue decretada y resuelta. Salieron y se dispersaron los miembros de la Junta y Arredon– do se retiraba, cuando fue llamado y retenido por Abascal, que con toda franqueza le dijo: "¿Cree Ud. que desconozco la exactitud de su voto, y que no tendría buenos resultados si se adoptase? Cuanto Ud. tiene expuesto es lo más conveniente, y lo que puede salvar estas posesiones, pero, ipobre de mí si lo siguiese! Sería entonces calumniado en la Corte, me creerían cómplice con Godoy, mi favorecedor, y de que trataba de preparar estos ricos dominios para el usurpador Bonaparte. Cada uno de los circunstantes escribi– ría en este sentido, y yo sería la víctima de la prudencia y antes que mi honor sea mancillado prefiero hacer la guerra; la guerra es el único modo que tengo de salvarme". Teníamos, pues, razón cuando decíamos, que no la prudencia sino el egoísmo de Abascal

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