Memorias, diarios y crónicas

16 FRANCISCO JAVIER MARIATEGUJ soldados del ejército real eran aborígenes del interior y hablaban también este idioma. Salazar determinó conquistarlos para la patria, haciéndolo a las barbas mismas de los oficiales enemigos. Abocado con el que estos renglones escribe, le expuso, que él se reduciría a vender los utensilios que necesitaba el soldado, como son agujas, hilo, espejos pequeños, peines, pañuelos y otras especies de esta clase. Agregó, que con el pretexto de venderles estas menudencias, hablaría, y que cuando conociese que alguno estaba disgustado con el servicio, le trataría de que se desertase y de ocultarlo; que conseguido esto de algunos ya era fác il lograrlo de otros, principal– mente cuando viesen las medidas infructuosas que para tomarlos empleaban sus oficiales. Se le dio dinero para que comprase y empezase la obra y no quiso recibir más de treinta pesos, a pesar de la instancia que se le hizo para que tomase más; no habiendo en siete meses, que con tanto éxito duraron sus trabajos, consentido en recibir un solo real más, iHonor a Pablo Salazar! iQué sacrifi– cio, qué abnegación, qué honradez de los primeros patriotas! Fueron los trabajos de éste y de otros patriotas tan eficaces y tan ventajosos, que jamás consiguieron los españoles aumentar la guarnición de Lima, y cuantas altas daban a los cuerpos eran inferiores a las bajas; cansados de la deserción se enfriaron algo y se apocaron nuestros enemigos. Lo cierto es que este sistema produjo bienes de consideración, y era tal el patriotismo que jamás pudieron los españoles descubrir lo menor. Tantas y tan bien tomadas fueron las medidas. El Dr. Morales prestó su casa para ocultar desertores y como punto de reunión para los que querían pasarse. Inocente Zárate, mayordomo de Riva Agüero, venía a la portada y los conducía hasta dejarlos en las inmediaciones de los guerrilleros, cuando las partidas fueron organizadas. El grupo de forasteros se dispersó muy al principio por haber– se pasado al Ejército Libertador el Dr. López Aldana en Enero de 1821; y a la verdad que ese grupo no fue numeroso, ni podía hacer mucho. Hacía alarde de despreciar a los peruanos y particu– larmente a los limeños. Abrigaba sentimientos hostiles y los expresa– ba y lo escribía a San Martín y a los patriotas de Chile. Véase en confirmación de nuestro dicho la comunicación que el autor publica en su obra a f. 108, dirigida al General en Jefe del Ejército. En esa carta está probado el odio que su au tor nos tenía, la perfidia con que obraba, las mentiras que propalaba, y lo necesario y útil que

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