Memorias, diarios y crónicas

ANOTACIONES A LA HISTORIA DEL PERU INDEPENDIENTE 21 ra conservar, debió saber, que las primeras cartas que se escribieron fueron contestaciones a las de Lima. San Martín desembarcó en Pisco en la madrugada del 8 de setiembre de 1820; y el Virrey recibió la noticia el 9. El 11 hicieron los patriotas salir un cadete de "Numancia" D.N. Castillo, sobrino del capitán Febres Cordero, para que de palabra impusiese al General del estado de ese cuerpo. Estacionado en Surco, tenía orden de ponerse sobre las armas y de marchar al punto donde intentase desembarcar el enemigo. Si éste amagaba por la Achira o por Chorrillos, los numantinos debían marchar a uno de estos puntos. Los patriotas comunicaron a San Martín las órdenes del Virrey, e indicaron, que si los buques de la escuadra venían a la bahía de Chorrillos y mandaban a tierra las lanchas y botes se embarcaría inmediatamente el batallón. Los chorrillanos tenían entonces, y no como ahora, bastantes embarca· ciones pescadoras, que habrían también servido para el embarque. Este plan que no se indicaba en la carta, era el adoptado, y debía ser desenvuelto por el cadete. La carta sólo era una credencial que llevó los sellos y contraseñas del italiano D. José Boqui, remitido a esta capital como agente de San Martín. Acompañaba a Castillo un moreno cuyo nombre no recuerdo, que siendo esclavo de una de las haciendas de los valles del Sur, debía servir de guía y conducir al numantino hasta Pisco. Los españoles tomaron al guía y al guiado, los prendieron, castigaron de un modo espantoso al prime· ro, y lo remitieron junto con el segundo a esta ciudad. Empeñados estuvieron en fusilar a Castillo, a quien no podían aplicar pena como a pasado, porque lo tomaron en territorio que obedecía a las autoridades españolas; no le hallaron correspondencia firmada que indicase relación con los independientes, pero lo reputaron como desertor. Y a la verdad, que era casi imposible salvarlo por la deserción. Al señor Dr. D. Nicolás Araníbar, nombrado por La Serna asesor del virreinato, se debió la salvación y que el numanti· no no fuese sacrificado. Jamás quiso despachar la causa, y cuando el Virrey le hablaba compelido a ello por los jefes, indignados y enfurecidos por la pasada del batallón, le aconsejaba siempre que no derramase sangre, dando lugar a que los patriotas hiciesen otro tanto, y a que el primer paso de derramar sangre fuese la causa de losales que todos deploraban por la guerra a muerte declarada por Monteverde y sostenida y llevada a extremos de barbaridad por Morillo. El proceso que debe existir es un comprobante de mi aserción.

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