Memorias, diarios y crónicas

ANOTACIONES A LA HISTORIA DEL PERU INDEPENDIENTE 53 fingida pretensión. La Mar leyó su oficio y a nadie habló una palabra; procedió con dignidad y como caballero. Igual conducta observaron Llanos, Otermín y demás jefes. Pero Landázuri, limeño por desgracia, se apresuró a llevar su carta al Virrey, siguiendo una conducta, [la que] los que demás, sin concertarla, no tuvieron, guiados sólo por sentimientos de honor y delicadeza. Valdés entró a palacio cuando salía Landázuri, y Pezuela le leyó la carta y le refirió lo que sobre ese papel sabía del que lo entregó. Después de una pequeña pausa preguntó Valdés : ¿y sólo Landázuri ha entregado la nota; y La Mar no ha dicho nada? Sabedor de que no, conti· nuó: - La Mar y los demás jefes americanos han recibido notas iguales, no las han entregado; son insurgentes y venden la causa de la nación española y del Rey. Pezuela defendió a los jefes acusados por Valdés y esa defensa fue un nuevo motivo de odio y un pábulo a la revolución. De aquí las palabras en la exposición de los fundamentos alegados para el motín militar: de que Pezuela estaba rodeado de personas adictas a los insurgentes. Estoy instruído de estos antecedentes por la relación que el General La Mar me hizo en conversaciones particulares que tuve con él cuando en ratos de descanso hablábamos de los acontecimientos recientes, y le aseveré que yo le había hecho entregar el oficio de San Martín. Para que supiese el resultado me relató lo expuesto y me contó también que sabedor por el Virrey del concepto que contra él y otros emitió Valdés, lo reconvino agriamente, quiso batirse, y el modo como Valdés evitó el lance y sus disculpas. Creyeron y sostuvieron los jefes revolucionados que San Martín tenía noticias anticipadas de lo que contra ellos se emprendía, y creyeron bien y sostuvieron la verdad. ¿pero teníamos esas noticias por revelación de los que rodeaban al Virrey? No. Y la creencia contraria era su error, error en que pueden caer los lectores de esa vindicación de un motín militar, contra la autoridad nombrada por su Gobierno y los de la historia escrita por el señor Paz Soldán. Tuvimos los patriotas noticias de lo que trataban de hacer el Virrey y sus jefes, pero las teníamos del modo que paso a referir. Uno de los patriotas antiguos y que trabajaba por la indepen– dencia era D. Eduardo Carrasco, maestro de pilotos en la Escuela Naútica, y que tan buenos sentimientos inspiró a los discípulos que educó. Conocía éste a D. José Madrigal, soldado de caballería del Virrey. La guardia personal del Virrey era entonces compuesta de dos compañías, una de infantería y otra de caballería. Los prime-

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