Memorias, diarios y crónicas

54 FRANCISCO JAVIER MARIATECUI ros, llamados alabarderos, montaban la guardia para ser sólo centi– nelas en las habitaciones interiores del vice-monarca; los segundos, para que una parte lo acompañase cuando salía en coche o a caballo. Madrigal era uno de estos. Tenía inteligencia, actividad y hacía buen servicio y lo distinguía su Capitán D. Francisco Quiño– nes, quien lo llamó para avisarle que estaba separado del servicio común y destinado sólo a llevar y traer la correspondencia oficial de palacio, al cuartel general en Aznapuquio y de este lugar al primer punto. Madrigal se negaba a esa clase de servicio que le impedía contraerse a sus negocios, y se aconsejó con Carrasco para que viese cómo librarlo de esa molestia y de un perjuicio. Madrigal, patriota, podía prestar uno impbrtante en su nueva ocupación y Carrasco se lo propuso. Reducido estaba a entregar los pliegos que recibía para que se abriesen, leyesen y aun copiasen los importan– tes, pudiendo hacerlo sin el menor riesgo. Era necesario hacer sellos y tener un plumario que imitase la letra de los sobres. Los sellos fueron trabajados por un platero, y con tal perfección que no había la menor diferencia. Quedó, pues, vencida esta primera difi– cultad para la empresa. Vencerse la segunda fue más fácil. D. J osé Mispireta, hermano del Comandante Mispireta, que vive, escribía a la perfección y tenía el don de imitar toda clase de letras, en perfecta semejanza con el original. Buscado éste se prestó a lo que se le exigía y lo colocamos en una casita tomada de propósito en la calle de Malambo. Madrigal entraba en esta casa cuando iba solo para que la correspondencia fuese abierta y con el pretexto de tomar un trago o algo de comida, que se tenía lista cuando otro le acompañaba. Y aun algún día dio los papeles estando acompañado , porque arrastraba al compañero al huertecito para tomar fruta. Sabíamos pues nosotros lo que se tramaba contra la patria, lo avisábamos a San Martín y los españoles se confundían. A los dos o tres meses después de la rebelión de La Serna, su secretario Santa Cruz, otro español, adoptó o tro plan. Despidió a Madrigal y la correspondencia fue conducida por ayudantes nombrados para este servicio. Pero nosotros habíamos avanzado tanto que no nos faltaron medios para estar al cabo de lo más que se proyectaba. No hubo revelaciones, pues, de parte de los que rodeaban a Pezuela. La Mar era un perfecto caballero; habría muerto antes que faltar a lo que prescriben la decencia, el honor y la ho nradez. Los otros americanos lo eran también.

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx