Memorias, diarios y crónicas

56 FRANCISCO JAVIER MARIATECUI San Martín la pagó; ese pago se hizo por la tesorería y de ello hay constancia en esa oficina y en el Tribunal de Cuentas; no habiéndo– se pagado un barril de cremor que un tercero mandó poco después, porque no quiso cobrarlo. Cree Paz Soldán que si todos los encargados del bloqueo hubiesen sido exactos y no se hubiesen entregado a vergonzosas especulaciones, más p ronto habrían abandonado la ciudad los ene– migos. Falso que los bloqueadores se hubiesen prestado a especula– ciones. Ni Lord Cochrane, ni ninguno de sus subordinados, dejaron entrar al puerto embarcaciones de ninguna especie con víveres, ni con otros efectos; no se lo han reprochado al almirante sus enemi– gos, y ni en los libros de la aduana, ni en la capitanía del puerto, ni en el Tribunal de Cuentas se encuentra un comprobante de la temeraria y vulgar acusación del auto r contra la marina bloqueado– ra. Habría en estas oficinas constancia de los derechos pagados. Por el contrario, los comodoros inglés y americano, reclamaban conti– nuamente contra el almirante por la estrictez con que p·rocedía. El trigo, el arroz, la cebada, las reses se vendieron a precios fabulosos; especuladores que a todo se exponen cuando hay esperanzas de fuerte lucro, intentaron introducir comestibles por diferentes caletas y sólo lograron su mina ; muchos fueron apresados y ot ros tuvieron que escapar, sin lograr su objeto, y que sufrir pérdidas. iGracias al celo y vigilancia de los bloqueadores! Si Paz Soldán da este nombre también a los guerrilleros que nos tenían en asedio, es necesario que sepa, que no hubo uno solo que permitiese que pasasen víveres a la ciudad, iPobre el jefe de guerrilla que lo hubiese intentado! habría sido depuesto por los suyos. Soldados voluntarios, desconocían toda orden ilegal. Ellos no permitían que bajasen víveres de la sierra; perseguían a los que sal ían de Lima a recoger ganado, y a ellos se debió el asedio. El único lado descubierto fue el de Cañete, pero de estos lugares y los intermedios, solo venían las recuas de la hacienda de Bujama con aceite de higuerilla, que servía para el alumbrado de los patios y puertas de calle; pero aun esto desapareció a principios del año. Uno que otro tra ía chancacas, que se elaboraban en San Pedro , hacienda de Lurín, y aun del propio Cañete. El que esto escribe mandó un mozo con dinero para comprar papas y quesos para su familia, y llevando cartas para los principa– les guerrilleros, y sin embargo que de quien les escribía recibían servicios, no consintieron que viniesen esos comestibles. Vulgaridad

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