Memorias, diarios y crónicas

58 FRANCISCO J AVIER MARIATEGUI ven ían ni podían venir, porque eran apresados, las Cortes denegaron la solicitud y desaprobaron el informe de la comisión, en que prevaleció el dictamen del célebre Flores Estrada que la apoyaba. En ello influyeron los Ministros de Fernando VII. iQue insensatez! Los que no quisieron que los americanos tuviésemos en las Cortes la representación que correspondía a la población y rechaza– ron las propuestas que a esto tendían, en las sesio nes de 15 de julio y 15 de agosto de 1820 ¿habrían convenido en reconocer la Independencia? i Imposible! En la absolu ta monarquía española, el señor de vidas y hacien– das no se atrevía en la Península a cargar a los pueblos con contribuciones directas e inmoderadas. Las más de las contribucio– nes en América eran indirectas y sólo el tributo de los indios era di– recto. En América las imponían arbitrariamente, no sólo los vice– monarcas sino también los comandantes militares, los jefes de los cuerpos que transitaban por los pueblos; y muchas de esas contri– buciones no eran transitorias y por una sola vez, sino que quedaban permanentes y nadie podía reclamar ni se atrevía a hacerlo. Se im– pon ía silencio a los ayuntamientos, se amenazaba a sus miembros, y si había alguno que levantase la voz, era víctima de su amor al orden, de su defensa por los oprimidos y de su arrojo, sólo porque se atre– vía a reclamar. Si en la Península algún cabildo o algún diputado en las Cortes se hubiese quejado de semejante atentado cometido por comandantes militares, aseverando que las contribuciones así im– puestas subsistían, se cobraban, y eran los pueblos atropellados; oídas las quejas, no hab ría habido una sola opinión, una sola voz en contra y esas indebidas con tribuciones habrían desaparecido. Pero se trató de contribuciones impuestas en los pueblos america– nos, de un modo tan bárbaro y tan indebido, y no se puso remedio. Y no reclamaron sólo los diputados, lo hicieron los cabil– dos y de un modo que en cualquiera otro Congreso, no sólo habría sido oído lo que se pedía, sino también agradecido, y sin embargo nada se hizo; para los americanos no hubo justicia. Y los ayunta– mientos pedían no que desapareciesen esas contribuciones, no que se les eximiese del pago, sino que su distribución fuese moderada, repartidas por la corporación y sólo para satisfacer las necesidades. Los diputados del antiguo virreinato de Méjico se hicieron los órganos de esta petición; sus voces elocuentes probaron de un modo victorioso la necesidad de la medida. Los de la Península oyeron las quejas; nada determinaron y el acuerdo fue que se

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