Memorias, diarios y crónicas

70 FRANCISCO J AVIER MARIATEGUI estuvo entusiasmada por el triunfo de la causa, por la terminación del suplicio bajo el cual vivía, por la cesación del hambre, por el logro de sus más ardientes deseos de libertarse del yugo español. Muchos salieron a recibir a los que venían, se les saludó con repiques de campanas y el General Necochea al frente de la caballe– ría atravesó la ciudad, entró por la portada de Guía, pasó el puente, la plaza y salió por Cocharcas, guiado por patriotas monta– dos que lo acompañaron hasta Lurín. La ciudad estuvo de fiesta, las calles llenas, los cohetes atontaban, los vivas ensordecían a unos y enronquecían a otros. Viven patriotas y realistas de este tiempo; que me desmientan, si yo falto a la verdad. Hubo consternación en las fam ilias de los pocos que emigraron, pues sólo los españoles solterones salieron a porfía. Los más de los casados se quedaron y nada sufrieron y no tuvieron motivo de arrepentirse, porque confia– ron en las promesas de los patriotas. Españoles de fortuna se quedaron y uno que otro que salió para el Callao se fue a la población, no a las fortalezas. La emigración fuerte a este lugar fue la del año de 1825 . Una que otra mujer se asiló en los monasterios y la inmensa mayoría celebró la fuga de los enemigos y el triunfo de los patriotas. Yo he visto lo que vieron millares de testigos, que San Martín no podía atravesar las calles por el gentío inmenso que lo rodeaba y hubo señoras que le tendieron sus ricos pañolones pa– ra que sobre ellos pasase. Esto no lo hacen habitan tes sumidos en la mayor consternación. No hubo confusión, no hubo trastorno, ni la capital se halló en la más completa anarquía. Para hacer odiosa la causa de la independencia americana, propalaron los españoles que las castas matronas y que las inocentes vírgenes serían violadas y que el pudor no sería respetado . iY qué patrañas no inventan el odio y el espíritu de partido! Pero en Lima no creyeron esos falsos pronósticos, ni las avisadas señoras, ni las sencillas vírgenes. Esto lo debió averiguar el autor de la historia y no proceder de ligero ni estampar en su obra cuentos de viejas y fábulas absurdas. Nos amenazaban también los españoles con el saqueo hecho por la plebe y por los negros, y esas funestas amenazas no se realizaron en la noche en que evacuaron la capital. Agentes provo– cadores azuzaban a la turba y la incitaban a saquear en la calle de Bodegones en donde había tiendas de americanos patriotas; siendo una la de D. Manuel Cogoy. La inmediata de D. Pedro Villacampa fue abierta y saqueada. Al saberse la fechoría salieron de casa de

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