Memorias, diarios y crónicas

ANOTACIONES A LA HISTORIA DEL PERU INDEPENDIENTE 75 San Martín, según el autor se creyó autorizado para apoderarse del mando, porque todos los jefes del ejército le exigieron desde Pisco "que se pusiese a la cabeza de la administración, tan luego como entrara en la capital, pues era el único modo de dar vigor y apoyo moral a las operaciones militares, pero que de pronto recha– zó el proyecto porque no le agradaba el mando político, ni tenía más aspiración que la de ser el Libertador de la América". (ñ). No es cierto que los jefes del Ejército ofreciesen a San Martín que asumiese el mando político, ni es Pisco, en que estuvieron sólo días, unos a bordo y otros en tierra, el pueblo en que podía tener lugar la reunión de los jefes para el acuerdo y ofrecimiento. Si uno que otro jefe, de los pocos abyectos que vinieron, le hubiese en conversaciones privadas, fomentadas por Monteagudo y García del Río, principales fautores de la monarquía, indicado la medida, no puede por esto atribuirse a todos los jefes del Ejército, el que le exigiesen se apoderase del mando; porque en sustancia era pedirle que desobedeciese al Gobierno de Chile, que quebrantase las ins– trucciones que se le dieron y que de general de un ejército auxiliar, subordinado y dependiente de quien lo eligió y comisionó, se convirtiese en gobierno de una nación que no existía todavía y que debía ser independiente. Desde el momento en que hubiese seguido tan pérfida y tonta insinuación, San Martín dejaba de ser general del Ejército; el mando de éste pasaba a su segundo General Las Heras, y San Martín era nada, y el jefe del Ejército todo. He hablado con casi todos los jefes, pues a casi todos he conocido y tenido amistad con muchos, y jamás les oí que pensa– sen en que San Martín mandase. Y los acontecimientos posteriores me hacen creer lo que sostengo y que carece de fundamento la idea emitida por Paz Soldán. Muchos jefes estuvieron disgustados con la permanencia de San Martín en Huaura y la costa; querían ocupar Ja sierra, emprender y hacer algo sin destruirse con las enfermedades que estaban sufrien– do, y las quejas las dieron al mismo San Martín. Las murmuracio– nes fueron grandes y las temía éste. Por eso le fue satisfactoria la propuesta de La Serna para abrir las negociaciones de Punchauca, en las que los dos beligerantes, sin esperanzas ni deseos de llegar a un avenimiento, procuraban engañarse recíprocamente y sacar venta- [(ñ) La transcripción es casi literal de Paz Soldán y está tomada de la op. cit., pág. 198.)

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