Memorias diarios y crónicas historia de la revolución de la independencia del Perú

224 MARIANO TORRENTE á destruir á los amotinados: el primero que se presentó al frente de los rebeldes fue el general Maroto, gefe político i militar del citado punto de Chuquisaca. quien puesto á la cabeza de 300 infantes i 100 caballos tuvo fa gloria de reponer la autoridad real en aquella villa en el dia 12, des– pues de un pequeño tiroteo, en que fueron batidos los sublevados. Al dia siguiente entraron las tropas de Tupiza i Oruro, i quedó completamente restablecida la calma, i consolidado mas que antes el domi– nio español. Los indígenas de aquellas inmediaciones, i aun los de la mis– ma villa se hicieron altamente recomendables por los ausilios que prestaron á las tropas del Rei; i no fue menos laudable la conducta de la generalidad de aquel vecindario, que lejos de haber apoyado el espresado movimiento f ue el que mas empeño manifestó para descubrir los fondos de las caja reales i demas objetos robados por los sediciosos. Don Antonio María Alvarez, que babia sido nombrado comandante general de este punto~ llegó á él á los pocos días de tan ruidoso suceso, i contribuyó asimismo con su celo i energía á restablecer la pública tranquilidad. La junta de guerra, que habían formado Olañeta i Maroto antes de retirarse á sus respectivas posiciones, impuso la pena de muerte á tres tenientes corone– les, entre ellos al principal motor de aquella conspiracion, Hoyos, i á diez individuos mas entre oficiales i soldados; hubo algunos condenados al des– tierro ; otros perdieron sus empleos; se mandó que sobre otros se oh er– vase una rigurosa vigilancia, i la tropa desarmada fue agregada al ejér– cito del Norte para alejarla de esta fragua de seduccion. El coronel Salgado, uno de los mas culpables en aquel atentado habia salido de Potosí dos dias antes de la entrada de Maroto, para el ce– rro de Pilima con el objeto de sublevar la indiada, i fortalecer por e te medio su sacrílega causa; i aunque Maroto le ofreció ~1 indulto que luego le fue reiterado por Alvarez, desechó con altanería estos ra go de generosidad de ambos gefes. Asi, pues, se vió precisado este último á di– rigir contra él 100 hombres para que venciesen con la fuerza su indo– mitez. Viéndose Salgado estrechado por esta partida, depu o las armas, i fue destinado por el virei á la isla de los prisioneros en la laguna de Titicaca; pero como los génios díscolos jamas desisten de su d a tadore proyectos ~ fue víctima á principios de 1823 de otra de leal maniobra m– pleada para seducir la escolta que lo custodiaba en la pro incia de' Mojo á donde babia sido remitido á la disposicion del comandante V la o. El vireí Laserna desde el Cuzco, i el general Cantera desd lo valles de Jauja desplegaban una estraordinaria actividad para levantar nue– vas tropas i tomar la ofensiva. Este último dió nuevo vigor á los trabajo principiados en el año anterior. Los campos de Jauja se convirtieron mui pronto en fraguas, talleres, fábricas i oficinas i artísticas, en las que todo trabajaban á porfia i con el mayor entusiasmo: unos fundían cañon balas, i granadas con las campanas que de todos los pueblo nian á

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