Memorias diarios y crónicas historia de la revolución de la independencia del Perú

20 MARIANO TORRENTE calahros no era fácil remediar. Partiendo de estos princ1p1os inculcó repe· tidas veces al comandante general Balcarce anduviera mui detenido en sus operaciones, p oniendo mas bien en actividad los resortes de la intriga que los recursos de las armas. Esto es precisamente lo que necesitaba el benemérito Goyeneche. Si el insurgente Castelli le hubiera atacado en los primeros momento~ del te– rror que había infundido con sus victorias de Suipacha, tropelías de Potosí, i entrada en Chuquisaca, parece indudable que todo el heroismo de las tro– pas realistas, replegadas al Desaguadero, se hahria estrellado contra Jos irre– sistibles esfuerzos de un ejército orguUoso con sus laureles, i con el pronun– ciamiento general de la opinion por su misma causa; pero habiendo desa– provechado los preciosos elementos que obraban á su favor, era de esperar que saliese un nuevo Fahio que con sus acertadas maniobras, infati ahle celo, i consumada prudencia, fuese el azote del Anihal americano Antes de principiar la relacion de la campaña del general Goyene– che, pasaremos en revista la conducta de las tropas argentinas espedicio– narias. El grande ardor que estas habian sabido escitar con sus promesas de despedazar las supuestas cadenas con que el gobierno del Reí tenia ahe– rrojados aquellos pueblos se iba resfriando á medida que estos observaban prácticamente las mayore tropelías cometidas por los pretendidos liberta– dores. Uno de los escollos en que tropezaron los ausiliares i que les ena– z:enó una gran parte de la poblacion, fueron los golpes dados con el ma or descaro é impudencia á las prácticas religiosas que, á pesar de la relajacion del pais, no dejaban de ser tenidas en la mayor veneracion. Los gefes argentinos hacian alarde de su impiedad, dando pruebas repetidas del espíritu de fatalismo é incredulidad que los dominaba. Fue– ron infinitos los desacatos que se hicieron contra los signos de nuestra san– ta religion; i en sus palabras i acciones no se veia mas que un ardiente de– seo de comunicar al devoto pueblo peruano sus erróneas doctrinas. Per· mitió el Ser Supremo la profanacion de su culto i la perpretacion de infi– nitos desafueros con la mira ostensible de probar la fortaleza de espíritu de estos pueblos; pero tamaños ultrages no quedaron impunes: á los pocos me– sei!I mordian el polvo casi todos aquellos genios devastadores. El mismo Castelli, cuya vida fue conservada mas tiempo para que fueran mas conocidos sus delitos, llegó á perderla de un modo tau trágico i lamentable que debió aterrar á todos los que se hahian de·ado llevar de la perversidad de sus ideas. Aquella misma lengua, que tantas blasfemias habia pronunciado, i que tantos daños babia causado á la verdadera creen– cia, fue la que acarreó la disolucion de su cuerpo: quemada levemente su punta por la estremidad de un cigarro que aplicó inadvertivamente á la Loca por la parte encendida, empezó á grangrenarse presentando l0s sínto– mas mas alarmantes. Deseosos lo~ amigos de aquel monstruo de salvarle la vida á todo trance, se determinaron á hacerle la amputacion como único i

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