Memorias diarios y crónicas historia de la revolución de la independencia del Perú
32 MARIANO TORRENTE denada muchedumbre mató é hirió mas de 1000 hombres. Al favor de es· tas ventajas habia podido penetrar hasta la misma ciudad de la P az, é in– troducir algunos víveres de que empezaba á escasear; pero no siendo sus fuerzas suficientes para desalojar á los enemigos de las respetables posicio– nes que ocupaban, se situó en un alto en el camino real de Lima, espe. rando nuevos refuerzos para dar el último golpe de desconcierto á las es– peranzas de los malvados. Hahiéndosele reunido en egte punto los 2.000 hombres del ejército de Goyeneche, se pusieron sus gefes de acuerdo con Benavente i Tristán pa· ra dar un ataque general á los indios, que á su llegada se hahian situado al otro lado de la ciudad en el cerro de Pampajasi. Aquellas posiciones te. nidas por impenetrables á causa de la escabrosidad del terreno i de la estre– chura de las sendas que conducen á su cima, fueron forzadas con ... a mayor facilidad; i libre ya desde momento la ciudad de la Paz, tomaron los g fes realistas diferentes direcciones para esterminar á un tiempo todas las par· tidas de los insurgentes. Lomhera salió para los Yungas i valles e Caraca é Incuisivi; Benavente para Omasuyos i Larecaja, i Astete para Pacage i Sicasica, contribuyendo al mismo tiempo á restablecer la pública tranqui– lidad los caudillos Pumacagua i Choquehuanca, que ya á fines de octu– bre se habían situado á esta parte del Desaguadero con sus partidas de in– dios animados del mejor espíritu por la causa del Rei. Aunque se hicieron varias prisiones en La Paz, i se impusieron al– gunos ejemplares castigos sobre aquellos indios i mestizos que hahian co· metido mayores escesos, hahian quedado impunes sin embargo muchos de los revoltosos á causa de lo complicado de las circunstancias que no permi– tían desplegar todo aquel carácter de dureza que se reque1·ia para ester– minar una revolucion tan sangrienta en que se veia envuelta una gran p ar– te de la provincia. Así es que La Paz conservó siempre encubierto en sus ce– nizas el fuego de la rebeldía; i aunque cediendo á su forzada po icion, con– currían todos los partidos con donativos i préstamos para sostener el ejér – cito del Rei, vacilaba la opinion, i se inclinaba mas bien á la causa de los insurgentes, habiendo quedado todavía en el partido de Larecaja i en algunos valles del de Sicasica i Ayopaya grupos de despechados que servian de apoyo á los descontentos, i agitaban sordamente el pais. No era menos apurada la situacion de los insurgen es en las demas provincias. Apenas se divulgó la noticia de la ictoria del ejército real en Sipisipe, tomaron sus gefes las mas reservadas medidas para evacuar á Chu· quisaca i Potosí. La primera de estas ciudades, que con tanta altanería ba– bia respondido á las anteriores intimaciones del general en gefe, mudó de lenguaje é imploró su proteccion, luego que supo su marcha ácia aquel punto. Potosí sufrió los mayores quebrantos, causados por las tropas de Bue– nos-Aires en su retirada. Habia llegado á esta villa Pueirredon con 200
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